miércoles, 31 de enero de 2018

LA LECCIÓN DE TAVERA


"Las personas normales no son newberys ni gardeles, la muerte las vence prontamente bajo oleadas de olvido que se alzan por la sola existencia del montón. La piedra de los nacidos muchedumbre, sin la protección de alguna estrella peculiar, se desgrana en las uniformes arenas que aplana el mar".

                                                                                                     Ariel Corbat

(Fragmento de "Dandy, una fábula de Tango")



En 1981 el Poeta Juan Carlos Tavera estaba expectante y emocionado por la posibilidad de ir a uno de los dos recitales que Frank Sinatra daría en el Luna Park de Buenos Aires. Yo era entonces un adolescente y recuerdo haber reaccionado en forma absolutamente irrespetuosa frente a ese entusiasmo. Dije que no gastaría un centavo por ir a ver a "ese viejo". Los adolescentes suelen ser idiotas y yo lo confirmaba. Tavera, lejos de molestarse conmigo, hizo una reflexión sobre cuestiones generacionales que escuché desde mi postura de soberbio imberbe, cuyo único mérito era una fe desmesurada en que el futuro haría de toda época pasada una insignificancia. Cada vez que lo recuerdo, ahora mismo, siento que mis mejillas enrojecen de vergüenza. Creía, sin que hubiera ninguna razón para ello, que mi generación sería algo realmente especial. Una roca erigiéndose desafiante como un faro en medio del  océano. La decepción ha sido larga y todavía no termina.

Con los años fui entendiendo esa pequeña lección que me obsequió Tavera. De alguna manera empecé a asociar gestos mínimos que salvando distancias asimilaban a tipos que en principio no tenían en común más que vivir la misma época. Así fue que vi un día en la televisión al Rat Pack: Frank Sinatra, Dean Martin, Sammy Davis Jr., Joey Bishop, y Peter Lawford. De todos ellos el único al que reconocía era Dean Martin, por ser el compañero de Jerry Lewis, pero allí no era quien daba pie al cómico, era distinto; como si no estuviera actuando. Juntos, el Gran Dino y los demás tenían gestos y un modo de sonreír que había visto antes en otro lado. Cuando me cayó la ficha vi que se parecían a otra cofradía de tipos; tipos que yo conocí.

De súbito, recordé alguna noche en la quinta del Gallego Julio, donde con un mazo de cartas sobre la mesa podían llevar la sobremesa de la cena hasta el almuerzo sin escalas. De chico, siempre que me dejaban estar ahí, espiaba las cartas en la mano de mi Viejo y veía las señas que se pasaban unos a otros con una seriedad de ritual religioso que sólo rompían al final de cada partida, cuando se largaban todos a hablar al mismo tiempo. Los miraba riéndome con ellos, aunque no entendiera muchos de los códigos de grupo que habían forjado en largos años de amistad. Esos tipos jugando a las cartas, bebiendo, riendo y burlándose todos de todos eran un ente cerrado, un cuadro completo al que no le sobraba ni le faltaba nadie. Eran ellos, así y tal y como eran. Aunque estuviera ahí mismo, los miraba de afuera. Sí, igual que a esas cosas que nunca se alcanzan.

Mi padre y sus amigos partieron hace tiempo. No conozco a nadie de mi generación que cultive una amistad de esa intensidad, con mucha presencia en la centralidad de la vida. No es que no tengamos amigos, lo que sería tristísimo. Los tenemos y de fierro, pero ya irremediablemente se vive de otra manera; no viene al caso decir si mejor o peor. Y eso mismo era lo que me advertía Juanca Tavera al intentar explicarme lo que significaba Sinatra: toda una época sintetizada en la estampa y la voz de un hombre.

Hace un rato terminé de ver en Netflix los documentales "Sinatra: All or Nothing at All" y "Sinatra: To Be Frank". 

Mientras veía pensaba que soy parte de una generación de arena. Fin de la lección.


Ariel Corbat, La Pluma de la Derecha

www.plumaderecha.blogspot.com
Estado Libre Asociado de Vicente López

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