Por mi historia personal las Pascuas me ponen romántico, más que de costumbre. Hoy escribí en el blog en referencia a un desagradable comentario sobre la posibilidad de una guerra civil; necesito sacarme esa mala onda del tema y el amor es siempre la mejor respuesta.
Por eso comparto esta descripción de época sobre un momento de amor.
WOMAN IN LOVE (el último beso del Teniente Estévez)
Life is a moment in space
when the dream is gone
it's a lonelier place
I kiss the morning good-bye
but down inside you know
we never know why
(La vida es un momento en el espacio
cuando el sueño se ha ido
es un lugar solitario
Besé en la mañana el adiós
pero por dentro tú sabes
nosotros nunca sabremos porque)
El Teniente Roberto Estévez tenía una dolencia de vieja data en su talón izquierdo. Debido a ello viajó el 18 de marzo a Buenos Aires para hacerse atender en el Hospital Militar Central. Seguramente no pensaba en aquella molestia como el signo de Aquiles, ni en los llamados del destino, porque en esos pocos días de Marzo, en los que Roberto no encontró una solución médica para su problema, estuvo la mayor parte del tiempo en compañía de Marta, su novia.
Mientras el Regimiento 25 continuaba preparándose para la misión que solamente conocía el teniente coronel Mohamed Alí Seineldín, Roberto se reencontraba en Buenos Aires con Marta; y entre sus salidas iban al cine. Caminar por la calle Corrientes, con sus muchas librerías y disquerías, era el paseo porteño que más gustaba al misionero. Melómano y lector voraz podía olvidar la renguera revisando bateas y mesas de saldo. Las librerías exhibían en vidrieras y estantes preferenciales “Solamente ella” de Martha Mercader, “Flores robadas en los jardines de Quilmes” de Jorge Asís, “Cerrado por Melancolía” de Isidoro Blaistein, y fuera de la ficción “La patria financiera” de autores varios. Puede ser que, atraído por el título, Roberto reparara en “La guerra del fin del mundo” de Mario Vargas Llosa o en “El Ejército y la política en la Argentina” de Robert Potash. Alguien, desde la nostalgia, compraba “Mis primeros años” de Charles Chaplin.
En las disquerías sobresalían los discos de Queen, la banda inglesa liderara por Freddie Mercury que un año atrás, el 28 de febrero de 1981, colmando de público el Estadio de Vélez Sarsfield, había dado inicio a una exitosa serie de recitales en Buenos Aires, Rosario y Mar del Plata. El cassette se usaba, pero sin amenazar la subsistencia del vinilo –aún reinaba sin saberse próximo a ser herido de muerte por la irrupción del CD-. Frente a la batea de long plays, Toto hizo caminar sus dedos deteniéndose sobre los discos de Johnny Rivers, John Lee Hooker, Simon & Garfunkel, Billy Joel y Barbra Streisand; la cantante de Brooklyn, en la cima de su carrera, interpretaba una de las canciones que más le gustaba. Era “Woman in love” (Mujer enamorada) autoría de los hermanos Robin y Barry Gibb de los Bee Gees. Ella también revisaba discos, Toto la abrazó por la espalda mordiéndola detrás de la oreja, Marta le devolvió la atención bajando su mano y pellizcándole la pierna. Rieron. Junto, algún turista buscaba tangos. Ahí nomás, erguido, el Obelisco seguía con su paciente y sabia espera en el mismo lugar de siempre.
Elegir la película que verían jamás les causó ningún problema. Roberto tenía un gusto por las películas que hacía reír a sus amigos. Desdeñando las comedias o el suspenso, prefería ir al cine a ver las de guerra como picadoras de carne o dramas románticos de los que hacen llorar a los corazones sensibles. Montados a esa onda el 19 de marzo, en el Cinema I de la calle Suipacha, vieron “El cartero llama dos veces”, de Bob Rafelson, con Jack Nicholson y Jessica Lange. La noche del Domingo 21 de marzo optaron por una de las que él se había manifestado interesado en ver, y cuyo título se lucía en la marquesina del Losuar. Era todavía muy temprano para la función, tenían el tiempo y las ganas de sentarse a comer algo.
Sacaron entrada, pagaron por las dos $ 60.000, y se besaron. Quizás hayan cenado pizza en Los Inmortales, es fácil suponerlo, igual de simple imaginarlos: “Mis ojitos hermosos”, la llamaba él. Sentados a la mesa algunas de las promesas implícitas de toda pareja comenzaron a explicitarse. Toto mencionó que Gómez Centurión se había casado en diciembre, y que cuando era invitado a comer en la casa de su amigo la felicidad del matrimonio lo hacía pensar en el futuro con Marta. Los dos de Posadas, él viviendo en Sarmiento con la casi certeza de cambiar de destino a fin de año, ella estudiando Medicina en Buenos Aires; no podían apresurar decisiones con tantas cuestiones por resolver. En cualquier caso, ningún obstáculo les impedía soñar los pequeños grandes sueños de la vida cotidiana. Toto tenía una vocación de servicio a la que subordinaba todos los aspectos de su vida. Ella lo entendía, o creía entenderlo. Se tomaron de las manos y se vieron a los ojos. Marta susurró algo que Toto leyó en sus labios.
En otra mesa, acaso por esas pasiones populares que nunca cambian, se hablaba de deportes: un empate de Boca Junios y la derrota por tres de River Plate; como que mejor hablar de otra cosa alguien prefirió al tenis mencionando el triunfo de Guillermo Vilas sobre Jimmy Connors en la final de Rotterdan, luego, pasando al automovilismo, mascullaron algo sobre la mala suerte de Carlos Reutemann quien abandonó en la vuelta 22 del Gran Premio de Brasil ganado por Nelson Piquet. Algo más allá, uno que por primera vez entraba a Los Inmortales, tras un sorprendido paneo viendo las fotos de Carlos Gardel y otros grandes que desde las paredes explican el nombre del restaurante, antes de sentarse, alzando las cejas soltó con un dejo de admiración: “¡Qué nenes!”.
Salieron a la calle y caminaron hasta el Cine Losuar con los minutos contados para el inicio de la función. Tomados de la mano apuraron el paso. La película era de 1978, pero no había perdido su interés desde que tenía los componentes necesarios para pasar a ser un clásico del cine. Dirigida por Hal Hashby y protagonizada por Jane Fonda, John Voight y Bruce Dern, el título en castellano con el que se la presentó en Argentina “Regreso sin gloria” era mucho más gráfico y apropiado que la traducción literal del título original -“Coming home”- que en forma simple y neutra hubiera sido “Volver a casa” o como la llamaron en España “El regreso”. Sentados en las butacas de la platea leyeron el programa. En tiempos de censura, afincada desde antes del Proceso y acostumbrada a cortar celuloide, decía allí que la película no tenía cortes, y que se trataba de una “Dura reflexión del sinsentido de la guerra, de la sinrazón humana”, “un film sobre quienes sufren la guerra sin detenerse en forma inmediata sobre el perfil de quienes la imaginan, idealizan o resuelven desde una mesa de oficina”.
Marcadamente antibélica, la película presenta a la guerra de Vietnam como una licuadora de valores y vidas. Antes que un triángulo amoroso, el argumento es el relato de soldados empeñados en la guerra de Vietnam que volvían con lesiones físicas y psicológicas a un país que, como no terminaba de entender el motivo de la lucha prolongándose en un frente tan lejano, estaba impedido de comprenderlos del todo. La música de la muy buena banda sonora de la película debe haber deleitado a Roberto.
Puesto a pensar sobre lo que había visto en la pantalla, Roberto Estévez, muy influenciado todavía por la cercana experiencia de haber aprobado el curso de comando y por estar en medio de la instrucción de sus soldados, habrá recordado los preparativos bélicos que lo colocaron en la frontera con Chile en 1978. Esa movilización era su experiencia más cercana a la guerra. La cuestión de las convicciones y de entender el precio del deber le habrá cruzado por la cabeza; pero la posibilidad de la derrota y la incomprensión del pueblo para acompañar a las tropas vencidas no habrá tenido mucho espacio en su imaginación. Es que traspolar esa experiencia traumática de los estadounidenses a la Argentina sobre una hipótesis de guerra, no era entonces tan sencillo. Las diferencias en la historia y la idiosincrasia, tanto como la posición y rol de cada uno en el mundo, dejaban un margen de duda muy grande a la hora de pretender trazar un paralelo.
Las claras razones por las que los norteamericanos habían combatido en la Segunda Guerra Mundial, no estuvieron tan claras en Corea y terminaron de desdibujarse en Vietnam. Nuestra última experiencia en guerras convencionales había sido la larga campaña del Paraguay, que si bien por la prolongación del conflicto, su impopularidad en el interior y cierta incompetencia en la conducción de la guerra permitían ver similitudes, estaba ya muy lejana. Además, claro, había terminado en victoria. Sin convertirnos en un pueblo guerrero, y tal vez dejando de serlo desde el mismo instante en que finalizó la guerra, llevábamos más de un siglo de paz exterior y no conocíamos la derrota. Con todo, el lema de los comandos, “Dios y Patria, o muerte”, tanto como el “O juremos con gloria morir” del Himno Nacional no son sólo palabras, y mucho menos en la mente de un joven oficial del Ejército Argentino de alma combatiente. Estévez ya había demostrado durante el Curso de Comando que sus convicciones superaban, por mucho, a su fortaleza física. La idea de desmoronarse moralmente, incluso ante la derrota, sin duda la peor de las adversidades, le resultaba improbable, por no decir imposible.
Luego, más allá de lo racional, estaba la percepción del destino. En Estévez, y lo trasmiten todos quienes lo conocieron, había una marcada certeza, ligada a la fe religiosa, de la trascendencia de sus actos. Cada día, se esforzaba y se preparaba para cuando llegara su hora, la hora del llamado a cumplir con su destino. Él confiaba enteramente que su destino como soldado estaba en manos de Dios, pero que dependía de su preparación para poder estar a la altura del llamado cuando llegara el momento.
Un hombre con expectativas de tal intensidad, no declara su amor por el beneficio de unas pocas noches. Marta supo que era verdad en esos días acompañándolo al Hospital Militar, paseando por la ciudad y muy especialmente por el compromiso que significaba haber rezado juntos en la Catedral Metropolitana, allí donde descansan los restos del General José de San Martín y del Soldado Desconocido de la Independencia Argentina.
El 22 de marzo fue su último día en Buenos Aires. Entre caricias, Barbra Streisand volvía a cantar Woman in love. El abrazo, el beso y la piel fueron la ternura y una extraña nostalgia atravesando el amor. “Nunca olvides esto”, suplicó él, cuando el aliento de ambos se arremolinaba de adiós.
With you eternally mine
in love there is
no measure of time
we planned it all at the start
that you and I
would live in each other's hearts
(Contigo eternamente mío
en el amor el tiempo
no tiene importancia
lo planeamos desde el principio
que tú y yo
viviríamos en el corazón del otro)
Ariel Corbat, La Pluma de la Derecha
Estado Libre Asociado de Vicente López
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