Como alguna vez dijo el General George Patton: "el objetivo de la guerra no es morir por tu país, sino hacer que otro bastardo muera por el suyo". La elocuencia de la frase va más allá del personaje, demuestra que toda guerra implica un plan para matar enemigos. Es simple. Ellos o nosotros.
Por mucho que uno admire a Sun Tzu, como es mi caso, lo cierto es que más allá de los deseos las guerras casi siempre se ganan peleando, matando hasta quebrar la voluntad combatiente del enemigo. Así ocurrió en la Argentina durante la "Guerra Sucia", que no por sucia dejó de ser una verdadera guerra.
En ese entonces, más allá de la nacionalidad formal de los combatientes, las fuerzas patriotas, que es decir los hombres y mujeres enrolados en las Fuerzas Armadas y de Seguridad del Estado Argentino, enfrentaron a los esbirros de la dictadura castrista enlistados en organizaciones terroristas como ERP y Montoneros.
Lo que hicieron los nuestros fue esa cosa tan simple descrita por Patton, lograr que un montón de bastardos muriera por su Patria que no era la de la tierra en que nacieron, sino la Cuba comunista. Y conviene recordar que la tiranìa castrista todavía existe para oprobio del pueblo cubano. Las dictaduras comunistas tienen pretensiones de eternidad.
Cuando se les quebró la voluntad combatiente, los terroristas del ERP y Montoneros dejaron de escribir partes de guerra, copar ciudades, intentar focos en la selva, capturar aviones, asaltar unidades militares, secuestrar y asesinar por doquier. Pero aún vencidos no dejaron de mentir.
La frágil memoria argentina compró las mentiras de ocasión, al punto de casi conceder por las urnas lo que el enemigo comunista no pudo imponernos por las armas.
Así, estigmatizados como genocidas de un genocidio que nunca existió, hay presos políticos en la República Argentina. Cientos de ellos han muerto en cautiverio.
La paradoja de la historia es que, en rigor de verdad, los presos polìticos lo están por haber impedido un real genocidio al módico precio de unos 7.000 desaparecidos. No les perdonan haber impedido que Santucho matara el millón de argentinos que según su propia estimación se requería asesinar para convertirnos en otra Cuba. Puedo cuestionar los métodos, pero no voy a renegar de la victoria.
Tengo un profundo respeto por los presos políticos argentinos vencedores de la subversión, pues con socrática virtud llevan las cadenas que la atontada Patria les impuso, del mismo modo que por amor a ella fueron a la guerra a correr el riesgo de ser heridos o muertos.
Antes del golpe militar de 1976 si los terroristas del ERP, FAP, FAR y Montoneros eran juzgados y condenados mataban a los jueces. Cuando la clase política los amnistió en 1973, de inmediato volvieron a matar. Hoy ningún juez es asesinado por encarcelar militares, trabajo fácil y sin riesgos el de ser desagradecido.
Por todo esto es que no celebro la detención de César Milani. Muchos parecen no darse cuenta que está preso por las razones equivocadas. Tan equivocadas que nadie debería estar preso por ellas. Los que ya lo estaban son presos políticos y encarcelado con ellos, Milani, el traidor, sigue siendo funcional al enemigo para consolidar el relato falseado de los años de plomo.
La balada del traidor puede sonar dulce en los oídos del rencor, pero es perder la noción de la Justicia creer que se hace justicia cuando lo que se ahonda es la injusticia. Que el traidor padezca lo mismo que aquellos a los que traicionó no mejora la situación. Por Milani no siento más que desprecio, pero su detención no me alegra en lo más mínimo. Al contrario, me preocupa porque complica la liberación de los presos políticos trayendo más confusión al debate abierto sobre la violencia setentista.
Opino con la tranquilidad de saber que no salto ahora, cuando pasado el régimen kirchnerista del que fue cómplice, retirado y preso, Milani está a la sombra sin siquiera ser una sombra; fue cuando estaba en su apogeo que desde este blog le dirigí la carta abierta que reproduzco a continuación.
"Vicente López, 03 de Diciembre de 2013.-
César Milani:
La Nación Argentina a lo largo de su historia ha tenido notables militares, no es su caso.
Auténticos héroes que destacaron en batalla, desde los tiempos de las luchas por la Independencia, alcanzaron el rango de General; pero no soy de los que creen que únicamente los forjados en combate son buenos militares. Admiro profundamente al General Pablo Riccheri, un "General de escritorio" que con su eficiencia sirvió a la Patria haciéndola fuerte al punto de disuadir del combate al posible enemigo, porque sabiendo su oficio entendió que nuestro país "no tiene el propósito de hacer la guerra a nadie para conquistar territorios o gloria militar, de todo lo cual tiene suficiente". Nos armó para la paz.
Ud. Milani, no está a la altura de esa historia, no brilló en combate ni detrás del escritorio, basta verlo y se nota que sus hombros no están hechos para llevar charretareras de general, se le caen. Igual que Bendini, pertenece a la peor clase de militar: la de los traidores que olvidan la sangre de los camaradas muertos en combate".
Ariel Corbat, La Pluma de la Derecha.
Estado Libre Asociado de Vicente López
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