El hombre solitario en la mesa al fondo del bar, la que nadie elige por estar junto a las puertas de los baños, notoriamente consternado, reflexionaba ensimismado revolviendo sin cesar el pocillo de café. Llegué con la culpa que genera toda demora y las disculpas que ensayaba quedaron en nada, porque al acercarme alzó la frente y espetó con evidente desesperación:
- ¡Juicio Doctor! Tenemos que hacer juicio.
Si lo saludé no me escuchó o no le importó. Sus palabras me aguardaban como el resorte de esos muñecos de chasco que saltan de una caja. La angustia en su voz le daba un timbre que, sin conocerlo, supuse sería más agudo que el habitual.
- Yo era el último, Doctor, el último de una estirpe con prosapia para conservar la ingenuidad de la sociedad, yo, acá donde me ve, era el guardián de la moral y las buenas costumbres. Lo mío, como lo de tantos otros, era poner a prueba el recato, el pudor, la honestidad sexual de las personas y en especial de las mujeres...
- Disculpe -lo interrumpí- pero no me queda claro qué es exactamente lo que usted hace.
- Doctor, ¿usted leyó a Fontanarrosa?
- Sí...
- Piense Doctor, piense...
- No, si le digo que estoy tratando de pensar pero...
- ¡Yo fui el que lo inspiró a contar el cuento ese del exhibicionista!
- "El flaco, amigo del Dali", ¿Fanego hacía de usted?
- No, una suerte de adaptación libre. No. En realidad el Negro Fontanarrosa me vio una vez en Rosario hacer mi número y me corrió varias cuadras, pensé que me quería cagar a trompadas y por ese entonces yo estaba en muy buen estado físico. Cuando vio que no me alcanzaba me gritó, "pará Flaco, pará que no te quiero pegar". No le creí en ese momento y seguí corriendo. Después escribió el cuento y me cayó la ficha que lo había inspirado.
- ¿Y ahora qué quiere? ¿Hacerle juicio a Fontanarrosa?
- Eso jamás... no soy un buitre ni un desagradecido. Un hombre sensible Fontanarrosa, entendió perfectamente la crisis de los exhibicionistas, se puso en nuestra piel. Mire, yo creo que debe haber andado por ahí intentando abrirse el piloto o el sobretodo, porque describió con detalle las dificultades de hacer lo nuestro. Ahora soy el último...
Si algo me aleja de la profesión que elegí es el perfil de los clientes que requieren mis servicios...
- Tenemos que hacerle juicio a las mujeres, Doctor, a todas ellas.
- ¡Ah! A las mujeres.
- Claro, por defraudación y estafa.
- Una denuncia penal -dije esperando su afirmación para recomendarle un penalista y salir del bar olvidando el asunto para que le caiga a un Pusineri, un Barthe o un Llambías.
- No, un amparo Doctor. Por eso recurro a Usted.
- Sabe que pierdo en todos los amparos que intento -busqué desanimarlo.
- Sí Doctor, lo sé. En Tribunales le dicen "el amparista de las causas perdidas", pero es que yo sé que esta es una causa perdida, pero de las causas justas y nobles, como defender la Constitución Nacional por eso le traigo esta inquietud.
Adulador el tipo, y todos tenemos un ego. Decidí escucharlo, al fin de cuentas disponía de unos minutos.
- Quiero que mi arte no muera, que la sociedad conserve el pudor, la capacidad de escandalizarse, la decencia... En los tiempos dorados, cuando los exhibicionistas eramos el termómetro de la moral, daba gusto invertir en un Perramus, ahora en cambio el esfuerzo no justifica ni un poncho importado de china.
- Y su reclamo concreto, el fundamento del amparo, ¿cuál sería?
- ¡Es muy claro Doctor! Artículo 19 de la Constitución Nacional, me lo sé de memoria: "Las acciones privadas de los hombres que de ningún modo ofendan al orden y a la moral pública, ni perjudiquen a un tercero, están sólo reservadas a Dios, y exentas de la autoridad de los magistrados. Ningún habitante de la Nación será obligado a hacer lo que no manda la ley, ni privado de lo que ella no prohíbe".
- Textual. Y bien recitado.
- Gracias, es casi un poema. Miré, yo quiero ofender a la moral, quiero ser perseguido por la ley, pero ya nadie se ofende, no hay moral, ningún policía se preocupa por aplicar el Código Penal por exhibiciones obscenas, los legisladores ni piensan en aumentar la pena y ¡¿cómo van a querer hacerlo si las mujeres han perdido todo el recato?! ¿Sabe, Doctor, lo triste que ha sido para mí verlas en tetas alrededor del Obelisco? Danzaban alrededor del monumento al falo porteño, ¿entiende?, ¡¿Cómo puede competir cualquier exhibicionista artesanal contra la contundencia del Obelisco?!
Quedé perplejo por un instante.
- ¿Va a tomar mi caso Doc? -preguntó dándose una confianza que no le había dado.
- Déjeme pensarlo unos días.
- Piénselo, por la moral y las buenas costumbres, por la inocencia perdida, por ese rubor de las mejillas que ya no se recuerda.
- Bueno, veremos. Llámeme a comienzos de la próxima semana.
- ¡Ah! Eso capaz que se me complica un poco, pero bueno me las ingeniaré para llamarlo.
- ¿Cuál es el problema?
- Ninguno. Nada. No, lo que pasa es que me estoy yendo a vivir a La Pampa con los menonitas y lo de hablar por teléfono puede ser complicado...
- ¿Con los menonitas?
- Claro, ahí creo que lo mío puede andar... Pero lo llamo, porque yo soy de ciudad, un tipo urbano. Me exilio por necesidad.
Ariel Corbat, La Pluma de la Derecha.
www.plumaderecha.blogspot.com
Estado Libre Asociado de Vicente López.
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- Disculpe -lo interrumpí- pero no me queda claro qué es exactamente lo que usted hace.
- Doctor, ¿usted leyó a Fontanarrosa?
- Sí...
- Piense Doctor, piense...
- No, si le digo que estoy tratando de pensar pero...
- ¡Yo fui el que lo inspiró a contar el cuento ese del exhibicionista!
- "El flaco, amigo del Dali", ¿Fanego hacía de usted?
- No, una suerte de adaptación libre. No. En realidad el Negro Fontanarrosa me vio una vez en Rosario hacer mi número y me corrió varias cuadras, pensé que me quería cagar a trompadas y por ese entonces yo estaba en muy buen estado físico. Cuando vio que no me alcanzaba me gritó, "pará Flaco, pará que no te quiero pegar". No le creí en ese momento y seguí corriendo. Después escribió el cuento y me cayó la ficha que lo había inspirado.
- ¿Y ahora qué quiere? ¿Hacerle juicio a Fontanarrosa?
- Eso jamás... no soy un buitre ni un desagradecido. Un hombre sensible Fontanarrosa, entendió perfectamente la crisis de los exhibicionistas, se puso en nuestra piel. Mire, yo creo que debe haber andado por ahí intentando abrirse el piloto o el sobretodo, porque describió con detalle las dificultades de hacer lo nuestro. Ahora soy el último...
Si algo me aleja de la profesión que elegí es el perfil de los clientes que requieren mis servicios...
- Tenemos que hacerle juicio a las mujeres, Doctor, a todas ellas.
- ¡Ah! A las mujeres.
- Claro, por defraudación y estafa.
- Una denuncia penal -dije esperando su afirmación para recomendarle un penalista y salir del bar olvidando el asunto para que le caiga a un Pusineri, un Barthe o un Llambías.
- No, un amparo Doctor. Por eso recurro a Usted.
- Sabe que pierdo en todos los amparos que intento -busqué desanimarlo.
- Sí Doctor, lo sé. En Tribunales le dicen "el amparista de las causas perdidas", pero es que yo sé que esta es una causa perdida, pero de las causas justas y nobles, como defender la Constitución Nacional por eso le traigo esta inquietud.
Adulador el tipo, y todos tenemos un ego. Decidí escucharlo, al fin de cuentas disponía de unos minutos.
- Quiero que mi arte no muera, que la sociedad conserve el pudor, la capacidad de escandalizarse, la decencia... En los tiempos dorados, cuando los exhibicionistas eramos el termómetro de la moral, daba gusto invertir en un Perramus, ahora en cambio el esfuerzo no justifica ni un poncho importado de china.
- Y su reclamo concreto, el fundamento del amparo, ¿cuál sería?
- ¡Es muy claro Doctor! Artículo 19 de la Constitución Nacional, me lo sé de memoria: "Las acciones privadas de los hombres que de ningún modo ofendan al orden y a la moral pública, ni perjudiquen a un tercero, están sólo reservadas a Dios, y exentas de la autoridad de los magistrados. Ningún habitante de la Nación será obligado a hacer lo que no manda la ley, ni privado de lo que ella no prohíbe".
- Textual. Y bien recitado.
- Gracias, es casi un poema. Miré, yo quiero ofender a la moral, quiero ser perseguido por la ley, pero ya nadie se ofende, no hay moral, ningún policía se preocupa por aplicar el Código Penal por exhibiciones obscenas, los legisladores ni piensan en aumentar la pena y ¡¿cómo van a querer hacerlo si las mujeres han perdido todo el recato?! ¿Sabe, Doctor, lo triste que ha sido para mí verlas en tetas alrededor del Obelisco? Danzaban alrededor del monumento al falo porteño, ¿entiende?, ¡¿Cómo puede competir cualquier exhibicionista artesanal contra la contundencia del Obelisco?!
Quedé perplejo por un instante.
- ¿Va a tomar mi caso Doc? -preguntó dándose una confianza que no le había dado.
- Déjeme pensarlo unos días.
- Piénselo, por la moral y las buenas costumbres, por la inocencia perdida, por ese rubor de las mejillas que ya no se recuerda.
- Bueno, veremos. Llámeme a comienzos de la próxima semana.
- ¡Ah! Eso capaz que se me complica un poco, pero bueno me las ingeniaré para llamarlo.
- ¿Cuál es el problema?
- Ninguno. Nada. No, lo que pasa es que me estoy yendo a vivir a La Pampa con los menonitas y lo de hablar por teléfono puede ser complicado...
- ¿Con los menonitas?
- Claro, ahí creo que lo mío puede andar... Pero lo llamo, porque yo soy de ciudad, un tipo urbano. Me exilio por necesidad.
Ariel Corbat, La Pluma de la Derecha.
www.plumaderecha.blogspot.com
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