sábado, 14 de enero de 2017

NOSOTROS (Y) LOS INMIGRANTES



Nos los representantes del pueblo de la Nación Argentina, reunidos en Congreso General Constituyente por voluntad y elección de las provincias que la componen, en cumplimiento de pactos preexistentes, con el objeto de constituir la unión nacional, afianzar la justicia, consolidar la paz interior, proveer a la defensa común, promover el bienestar general, y asegurar los beneficios de la libertad, para nosotros, para nuestra posteridad, y para todos los hombres del mundo que quieran habitar en el suelo argentino: invocando la protección de Dios, fuente de toda razón y justicia: ordenamos, decretamos y establecemos esta Constitución, para la Nación Argentina.

Preámbulo de la Constitución Nacional.



Recuerdo y tengo muy presentes las sabias palabras de Marcelo Jarovlasky: "El inmigrante nunca es el problema sino el país al que llega".

Nuestra Constitución Nacional fija una política migratoria de fronteras abiertas, con la cual estoy totalmente de acuerdo. Ahora bien: "Al país que fueres haz lo que vieres", dice el refrán que guía la conducta de la generalidad de los inmigrantes.

Reza el artículo 25 de la Constitución Nacional: "El Gobierno federal fomentará la inmigración europea; y no podrá restringir, limitar ni gravar con impuesto alguno la entrada en el territorio argentino de los extranjeros que traigan por objeto labrar la tierra, mejorar las industrias, e introducir y enseñar las ciencias y las artes". La claridad con que las generaciones del 37 y del 80 vieron esta cuestión marca una política que debe ser retomada en la actualidad. 
Si nos hemos empeñado en hacer de la Constitución una vaga referencia en lugar de la Ley Suprema de la Nación Argentina, lo que los inmigrantes afincados en la ilegalidad (durante años) nos están mostrando es que aparentamos ser un "vale todo", o que acaso, sino lo somos lo hayamos sido. Gobiernos votados por minorías y mayorías han contribuido a que así se perciba.

Entonces, la cuestión de la inmigración ilegal no es muy distinta de otras, todas derivaciones de una necesidad central: lograr la irrestricta supremacía de la Constitución Nacional.

Dicho esto, si bien estoy de acuerdo con deportar a los que estando las puertas abiertas ingresan al país por la ventana, lo cual presume falta de buena voluntad, no estoy dispuesto a dejar que sirvan los ilegales como excusa para no ver nuestras propias falencias. Los chivos expiatorios sólo sirven para alimentar la hipocresía de los miserables.

Tenemos como ciudadanos una responsabilidad indelegable: construir una República bajo el imperio de la ley.

Destruir, como se hizo desde mucho antes de la última década infame, siempre es mucho más fácil y rápido que construir. Llevará tiempo hacer de la Argentina, territorio al sur de América, un país racional organizado a partir de la Constitución Nacional. Porque no alcanza con tener escrito el texto constitucional, hay que hacerlo vivencia cultural e institucional. Ni más ni menos que identidad nacional.


Ariel Corbat, La Pluma de la Derecha
Estado Libre Asociado de Vicente López

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