Camuflados tras los derechos humanos, los comunistas impusieron como verdad dogmática la mentira de los 30.000 desaparecidos. Ocultando que hubo guerra, crímenes y dependencia de Cuba de las bandas terroristas, Montoneros y ERP, en los emplomados años de la década del 70.
Los progresistas, con el multimedios Clarín a la cabeza, les hicieron el caldo gordo afirmando en el uso diario el diccionario de la corrección política escrito por la izquierda.
Cuando el kirchnerismo llegó al poder compró la franquicia de los derechos humanos como distracción para la corruptela. Aquellas banderas, que nunca fueron más que jirones del trapo rojo, cumplieron el mismo rol de la chica bonita que acompaña al mago: dejar que la mano sea más rápida que la vista. Porque el kirchnerismo, aunque útil al comunismo, es esencialmente un régimen corrupto, un fraude en sí mismo, esa pasión por asaltar cajas fuertes que evidenció Néstor Kirchner.
Después, mientras amigos del poder hacían fortunas, se apropiaron de los recursos estatales para desvirtuarlos con fines partidistas, montando un enorme aparato de propaganda y control social. El relato disciplinaba intelectuales del mismo modo en que Guillermo Moreno arreaba empresarios. Y los kirchneristas, cebados por la mansedumbre del pueblo y la asombrosa pasividad de la dirigencia (en los diversos órdenes), anunciaron que iban por todo; sin dejar duda alguna que cuando dicen todo es "todo".
Así el miedo a pensar fue calando hondo, hasta llegar a la UBA en forma de exclusión de los condenados y procesados por delitos de lesa humanidad. Un acto de cobardía intelectual inexcusable perpetrado en el Consejo Superior de la UBA, por intelectualoides temerosos de unos pocos individuos que, privados de su libertad, puedan ser sostenedores de un “discurso negacionista” que habría de postular en la Universidad la pretendida legitimidad de delitos masivos. Eugenio Zaffaroni logró allí lo que nunca antes: que el pensamiento académico tuviera expresos límites de corrección política.
Luego Cristina Fernández de Kirchner creó de facto, por un inconstitucional decreto de pretendida necesidad e inexistente urgencia su "Ministerio de Cultura", para demostrar que aunando la suma del poder público la voluntad de la Presidente está por encima de la Constitución Nacional. Y dejando en claro que el proyecto es totalitario inventaron un cargo de neto corte orwelliano, propio de la novela de Orwell "1984": la "Secretaría de Coordinación Estratégica para el Pensamiento Nacional", a cargo del filósofo oficial Ricardo Forster. Un filósofo que, al igual que Scioli, huye de los debates.
Faltando un mes para las elecciones presidenciales Carlos Zannini, el comisario político que hace marca personal a Daniel Sciol en la fórmula presidencial del Frente Para la Victoria, avisa que impondrán más limitaciones al pensamiento.
Zannini, a quien apodan el "Chino" por su ¿pasado? maoista, pidió "romper las barreras que imponen otros, cambiar la valoración de la autoestima" de los argentinos y "empoderarse de soberanía intelectual", porque "Lo más grande que hicieron los gobiernos de Néstor y Cristina Kirchner es algo inmaterial y abstracto: levantar la autoestima de los argentinos". Recuerda esa alusión a lo inmaterial un irónico pasaje escrito por George Orwell en "Rebelión en la granja":
“Pero si bien no faltaban penurias que aguantar, en parte estaban compensadas por el hecho de que la vida tenía mayor dignidad que antes. Había más canciones, más discursos, más desfiles”.
Bajo el humo de la propaganda kirchnerista, la expresión "soberanía intelectual" en boca de Zannini dista de ser inocente. Por el contrario anuncia un nuevo capítulo del relato, un tramo más de la autopista que lleva a Venezuela, a Cuba y a Corea del Norte. Vengo advirtiendo hace rato que la crisis insitucional se transformó en daño, que el daño institucional aceleró la degradación cultural, y que esa combinación decadente implica una merma notoria en la capacidad intelectual de los argentinos.
Contrastar la potencialidad de la Argentina con la concreta decadencia que exhibe el país en todos los órdenes de la realidad prácticamente nos define como imbéciles. No puede haber jactancia de brillantez en este presente opaco, salvo que nos conformemos con ser unos brillantes imbéciles. Zannini, siguiendo las enseñanzas de Adolfo Hitler, le habla a lo más imbécil del auditorio y le propone ser "intelectualmente soberano", o sea: creerse inteligente por ser otro lorito que repite el discurso oficial. Demagogia básica para alimentar los círculos viciosos del populismo.
Es interesante advertir que cuando Zannini descarta su interés en impulsar una reforma constitucional y asegura que la prioridad de su gobierno, en caso de que resulte electa la fórmula que integra junto a Scioli, será "seguir avanzando en la ampliación de derechos de los argentinos", no lo hace porque piensen respetar la Constitución Nacional, sino porque ya han logrado que no sea la ley suprema de la Nación. Aunada la suma del poder público, la letra inerte de la Constitución es una mera formalidad, una llama que se apaga sin ofrecer ninguna resistencia significativa frente a la constitución real encarnada en la voluntad personalista de quien conduce al régimen. Algo que gustan disfrazar de "voluntad popular", justificando incluso erguirse sobre la ley mediante el fraude, como en Tucumán.
Lo que explica Zannini, es que el régimen planifica colectivizar el pensamiento imponiéndole una soberanía administrada desde el Estado. Orwell puro, totalitarismo sin vuelta, eso mismo que confiesan al pregonar que el modelo es irreversible.
De esto también debe hablarse en lo que queda de campaña electoral. Porque si la consigna de CAMBIEMOS y Mauricio Macri fuera "nosotros vamos a cumplir y hacer cumplir la Constitución Nacional" el oficialismo, que ha atentado contra la Constitución en cada acto de gobierno, perdería el centro de la escena y quedaría obligado a una incómoda defensiva.
Ariel Corbat, La Pluma de la Derecha
Estado Libre Asociado de Vicente López