martes, 27 de enero de 2015

MI OPINIÓN COMO EX SIDE




Serví en la Secretaría de Inteligencia durante 24 años, bajo todos los Presidentes constitucionales. 

Ahora, luego de 12 años de kirchnerismo, con todo desparpajo la Presidente de la Nación (que lo es desde el 2007) pretende eludir su responsabilidad al afirmar que el mal funcionamiento de los servicios de inteligencia es una deuda de la democracia desde 1983. Miente: durante los mandatos de Néstor Kirchner y de Cristina Fernández se anquilosó completamente el funcionamiento institucional de la SI, sosteniendo la permanencia de funcionarios serviles al gobierno, enfrentados entre sí y con ambiciones de emular a Hoover.  

Así, la Secretaría de Inteligencia, usada por todos los gobiernos, finaliza su existencia tristemente y como chivo expiatorio del kirchnerismo. 

Frente a ello, me felicito por haber renunciado el 10 de Diciembre de 2012, y por haber hecho pública mi renuncia, en la que expresaba textualmente: "en el actual contexto, mis convicciones imponen la necesidad de clausurar esta etapa".

En el año 2009, cuando todavía revistaba en las filas de la SI, mi novela "Dandy" resultó finalista del Premio Letra Sur de Novela. Uno de los personajes principales es Julián Centeya, agente de La Casa. Escribí allí este párrafo que, además de reflejar la que fue mi posición institucional dentro de la SI, explica la causa de los últimos sucesos que han tomado estado público y anticipaba el final del organismo:

Las burocracias estatales encuentran modos aterradores de aplanar el espíritu de aquellos ideales que les dieron origen. En la republiqueta Argentina, la de sello y cartón completamente atada con alambre, son monstruos que persiguen su cola hasta que muerden y dentellada a dentellada se devoran a sí mismos. En La Casa los códigos profesionales se han ido degradando en el gatopardismo de purgas y reestructuraciones en beneficio de la inoperancia. Hombres de carrera que por méritos propios hicieron leyenda traicionaron a la tropa, y a sí mismos, desde el momento en que, serviles al político de turno, empezaron a cuidar más los sillones mullidos en que engordaban culos y billeteras que el apego a la verdad, al honor, a esas cosas que cimentan la confianza. El ambiente de trabajo se tornó así la tediosa espera del nuevo despropósito, del derrame de cizaña invitando a pedir la jubilación o forzar renuncias entre los que pueden darse el lujo de hacerlo o sencillamente no aguantan más. Los que quedan maldicen cada lunes la cara de hereje que les devuelve el espejo, las responsabilidades y las cuentas por pagar que los retienen en lugar de cierta alegría y orgullo profesional que ya se perdió. En otro tiempo, acaso no muy lejano, Julián Centeya creyó, igual que el espía ruso de “El analista del Presidente”, que los servicios de inteligencia eran el último refugio del hombre romántico. Siempre actuó como soldado obediente, hasta que se cansó de esperar de sus jefes los gestos de dignidad que dieran señales de vida institucional. El electroencefalograma dibuja desde hace rato paisajes monótonos de chatura gaucha, “quietismo” diría Sarmiento, con ocasionales ombúes perfilándose obstinados en la lontananza. En el hartazgo creciente comprendió Centeya que el organismo agonizaba, que la tácita decisión política es poner fin a su indeseada existencia por estrangulamiento progresivo y lento hasta que suene el campanazo del anuncio fatal. El cierre definitivo llegará sin aviso previo la mañana siguiente de alguna noche trasnochada y quizás, en el mejor de los casos que es el menos probable, se organizará otra cosa que funcione mejor. 


Ariel Corbat, La Pluma de la Derecha
Estado Libre Asociado de Vicente López