viernes, 13 de septiembre de 2013

MÁS ALLÁ DE LA SOMBRA DE PERÓN, EL PERONISMO INSTITUCIONAL


Artículo publicado en el N° 3 de la Revista CONSENSOS, invierno del 2013:


MÁS ALLÁ DE LA SOMBRA DE PERÓN, EL PERONISMO INSTITUCIONAL

Ariel Corbat


ADVERTENCIA

Al pensar este artículo me pareció necesario, por honestidad intelectual, comenzar aclarando desde dónde escribo sobre el peronismo. Soy un liberal que simpatiza con algunos aspectos del peronismo, empezando por aquello de que para un argentino no hay nada mejor que otro argentino; enseñanza tan elemental como demostrativa de nuestros desencuentros como Nación, y que todavía muchos no han entendido.

Siendo de la clase de liberal al que no le alcanzaría con vivir en un país de libertades, yo necesito una Patria de libertades. Quiero así que mis convicciones sigan siendo auténticas, que sean puestas a prueba por las razones del otro y por las dudas propias. Nuestro presente requiere, con urgencia, que nos ayudemos a pensar, y no se piensa montando prejuicios.




EL CARÁCTER MOVIMIENTISTA DEL PERONISMO

Allá por 1950 Juan Domingo Perón hizo una síntesis de su doctrina política que dio en llamar las 20 verdades peronistas. Estaba entonces en la mitad del Siglo XX, e iba a mitad de un primer recorrido que, partiendo del 17 de Octubre de 1945, culminaría con la Revolución Libertadora.

Entendiendo como protoperonismo a la etapa que va desde los preparativos del golpe del 04 de Junio de 1943 hasta el 17 de Octubre de 1945, el primer peronismo emergió en forma de movimiento. Perón ejercía un liderazgo certero e indubitable de grandes masas populares que reclamaban un lugar que nunca antes habían tenido y asumió el ejercicio del poder sosteniendo el formato movimientista, lo cual era lógico desde que se planteaba una modificación radical de las relaciones sociales e institucionales del país. Si el voto femenino y la revalorización de los trabajadores fueron expresión positiva de ese sesgo reformista, el lado negativo se mostró con el Juicio Político a los Ministros de la Corte Suprema de Justicia de la Nación en 1947 y, finalmente, con el reemplazo de la Constitución Nacional en 1949, cuya necesidad de reforma fue votada sin la debida mayoría en la Cámara de Diputados.

La sola idea del movimiento es la de una fuerza de masas que, bajo conducción, relativiza y avasalla los cauces formales en pos de objetivos superiores. Eso queda muy claro a través de las 20 verdades peronistas si se advierte que no hay en ellas una sola mención a las instituciones ni al respeto por la ley. Ese peronismo no reivindicaba valores republicanos.

Así, la verdad N° 8 reza textualmente: “En la acción política la escala de valores de todo peronista es la siguiente: primero la Patria, después el Movimiento, y luego los Hombres”. No hay instituciones intermedias que den significación participativa de valor a la vida política. Si el peronismo reavivó el calor popular que acompañó a Hipólito Yrigoyen no fue para defender los mismos principios del radicalismo, en lugar de ello sintió a la Constitución Nacional como un límite a vencer. El liderazgo estuvo pues entroncado con el que ejercieron los caudillos federales en la primera mitad del Siglo XIX, en especial Juan Manuel de Rosas. Sin embargo no era Perón un retrógrado que pretendiera volver al pasado, tenía su propia visión del futuro. Acorde a lo que había observado en Europa y al resultado de la Segunda Guerra Mundial, pensaba que la Argentina tenía un rol que desempeñar en ese mundo disputado por dos bloques. Conducir a la Argentina por la tercera posición en el concierto de las naciones, imponía entonces contar con completo dominio del frente interno.

El movimiento resultaba así una marea que no admitía cauce alguno proveniente del viejo orden, de hecho la verdad N° 2 sostiene: “El peronismo es esencialmente popular. Todo círculo político es antipopular, y por lo tanto, no es peronista”. La elocuente frase de un personaje de Osvaldo Soriano que tomó Leonardo Favio: “nunca me metí en política, siempre fui peronista”, es la ratificación práctica del concepto. Según esa concepción, seguir a Perón es tener una verdad que está por encima de toda discusión. Dicho en otras palabras, el primer peronismo se definía exclusivamente por el ismo que decidía Perón. El líder de un gobierno centralizado en su persona, con respaldo popular masivo, no necesitaba hacer del justicialismo otro partido político, bastaba que fuera un movimiento y lo siguiera.

Tras la Revolución Libertadora, por efecto del exilio y la proscripción, la segunda etapa del peronismo, que abarca de 1955 a 1973, va a significar la expansión del carácter movimientista, ya no por decisión del conductor sino por necesidades estratégicas impuestas por el contexto. Perón nunca fue Mahatma Ghandi, a diferencia del nacionalista indio no era abogado sino militar y por formación asumía la política en términos de confrontación sin descartar el uso de la violencia. Forzosamente no se puede ser legalista desde la ilegalidad, porque la clandestinidad impone la necesidad de estar en todos lados y en ninguno, de poder golpear sin ser golpeado. Es decir, tanto desde la resistencia armada, como ante la hendija democrática de algún comicio para burlar la proscripción, cualquier sello de plomo o de goma tenía cierta utilidad coyuntural. El Movimiento fue así el paraguas que dio cobijo al espectro amplio de personas y grupos unidos por el retorno del líder, pero con distintas interpretaciones de lo que ese retorno iba a significar. Una suerte de tragicómica Armada Brancaleone, que terminaría combatiendo entre sí. Bajo el grito de “Viva Perón” eran diferentes las motivaciones, los sentimientos, las ideas y los fines de quienes luchaban por el retorno.

Paralelamente, la defensa de la democracia y la Libertad proclamada por la Revolución Libertadora se iba a traicionar por el efecto nefasto que tiene toda definición por el “anti”. “Ser o no ser”, es un dilema siempre vigente; y enfatizar el “anti” es la mejor manera de no ser. Desde que asumió el Poder Constituyente, la Revolución Libertadora fue, efectivamente, una revolución. La única revolución entre todos los golpes del Siglo XX. Sin embargo careció de la audacia necesaria para ser leal a las convicciones republicanas y el credo liberal de la Constitución Nacional de 1853. Cerrándose sobre el antiperonismo perdió el eje de la Libertad, y apoyándose en la proscripción no pudo encontrar la manera de convencer. Así quedó trunca.

Nada ocurre porque sí en la historia, todo tiene sus causas. La cuestión es no pasar en el tiempo sin tomar nota de sus enseñanzas y obrar sobre los efectos. Lo supo entender Perón, quien tenía 50 años en 1945, 60 en 1955 y 77 en 1973. Partiendo de su retorno definitivo al país, en la tercera etapa, breve pero intensa y cargada de definiciones, se observa un líder conciente de estar próximo a su final biológico. Sin desconocer su responsabilidad en los tiempos convulsos que vivía el país, podía evaluar el rumbo al futuro con la experiencia que le daban los años. Consecuentemente sus preocupaciones apuntaban lejos, preveía un horizonte más allá de su propia sombra. El viejo, sabía.

Entre otras cosas, sabía Perón que no iba a poder solo. La política, sin dejar de ser un juego agonal, debía consolidar el respeto por el otro y servir a la convivencia. La mayoría ya no podría ser sinónimo de vale todo, ese es el significado que da trascendencia al abrazo de Perón con el radical Ricardo Balbín el 19 de Noviembre de 1972. Dos argentinos que, dejando los rencores en el pasado, revivían con el propio pulso ese otro abrazo con que, en 1879, Juan Bautista Alberdi y Domingo Faustino Sarmiento hicieron a un lado su enemistad. Sabían Balbín y Perón que era preciso dar señales de unidad nacional. La Guerra Fría ya no era tan fría por estas latitudes.

No se le escapaba a Perón que entre las fuerzas desplegadas sobre el terreno estaban las que respondían a mandos extranjeros. Sostener la “Tercera Posición” era pararse en la línea de fisura, y el Movimiento Justicialista, con su anhelo de no ser sometido por ninguno de los imperialismos en pugna, corría riesgo de ser infiltrado y desviado, como quedaría claro durante el dañino gobierno del Presidente Héctor Cámpora, 49 negros días entre el 25 de Mayo y el 13 de Julio de 1973. Entonces el replanteo. Era tiempo de revisar el dogma y la práctica peronista.


PERÓN VE MÁS ALLÁ DE PERÓN

El 2 de Agosto de 1973, con Raúl Lastiri en la Presidencia de la Nación, Perón reunió en la Quinta de Olivos a los gobernadores peronistas dando una clase magistral de política dictada por un estadista maduro y generoso que leyó la historia sin negarse al entendimiento de sus propios errores. Así dijo:

“La autocrítica es indispensable en cada una de estas circunstancias. Ahora hay muchos gorilas que dicen: ‘Ahora estamos de acuerdo, hemos aprendido’. Ellos también estaban equivocados. Ellos por retardatarios; nosotros por apresurados. En el futuro, lo que tenemos que hacer es terminar en el país tanto con los apresurados como con los retardatarios, y hacerlo todo en su medida y armoniosamente”.

Allí habló de elevar la cultura política de los argentinos replanteando el carácter movimientista del peronismo:

“Tenemos una grave responsabilidad, que no puede ser de un hombre ni de unos pocos hombres, sino de todo el Movimiento Justicialista, en todo el país, para lo cual creo yo que es indispensable que comencemos por institucionalizarlo; institucionalizarlo con toda seriedad y con toda decisión. Desde que caímos en 1955 he pensado en tratar de institucionalizar el Movimiento; pero no era una cosa fácil, debiendo sostener una lucha que imponía, precisamente, una conducción centralizada”.

Al respecto precisaba: “Ya no seguiremos con el procedimiento del dedo, porque eso no va a ser eficaz. Ahora tenemos que empezar con el procedimiento del voto que haga verdaderamente representativo el instrumento que ha de manejar, dirigir y conducir el Movimiento Peronista”.

Y ahí afloraba la total conciencia sobre su final cronológico: “mientras los movimientos gregarios mueren con su inventor, los movimientos institucionales siguen viviendo aún cuando desaparezcan todos los que lo han erigido. Porque el hombre no vence al tiempo; la organización es lo único que puede vencerlo”.

“Yo ya estoy viejo, y el hecho de que se acerque mi final nos debe hacer pensar en que es necesario que este Movimiento se institucionalice para que pueda continuar en el tiempo y en el espacio, aún prescindiendo de mí”.

No obstante su brillantez, el opaco contexto histórico condicionaba la posibilidad cierta de dejar como legado una plena democracia republicana. Tanto la caótica liberación de guerrilleros presos del día en que asumió Cámpora, como la violencia desplegada en Ezeiza al retorno de Perón el 20 de Junio, eran un llamado de atención sobre la necesidad de reconducir a buena parte de la juventud que, seducida por la ultraizquierda, no entendía que “la única manera de no ser esclavos, es ser esclavos de la ley; y eso nosotros tendremos que imponerlo, de cualquier manera”. Igual que un padre puede buscar congraciarse con sus hijos haciendo alguna concesión, Perón tendió su mano ante esas desviaciones ideológicas y definió al Justicialismo como un movimiento de izquierda, pero una izquierda que no es ni comunista ni anárquica: “es una izquierda justicialista que quiere realizar una comunidad dentro de la cual cada argentino tenga la posibilidad de realizarse; no más allá”.

El peronismo, en su tercera etapa, ya no vería a la Constitución Nacional como límites a superar; muy por el contario, Perón le indicaba al movimiento justicialista que la reconocía como el cauce de moderación que permitía la felicidad del pueblo. Cerca de iniciar su tercera Presidencia, revalorizaba las instituciones porque palpando la agitación rondante no se le escapaba que debían cerrarse las puertas al infierno de otra guerra civil. En ese sentido pedía expresamente aprender de Europa occidental, donde luego de la Segunda Guerra Mundial la reconstrucción fue posible porque la política se hacía en base a la cooperación y tanto conservadores como comunistas valoraban la democracia integrada con un gran espíritu de unidad nacional.

Ya en ejercicio de su tercer mandato presidencial, Perón quitó el carácter de tablas pétreas a las 20 verdades peronistas y anunció, en Diciembre de1973, que aquello de que para un peronista no debía haber nada mejor que otro peronista, quedaba superado por el entendimiento de que para un argentino no debe haber nada mejor que otro argentino.

Quedó aquella sentencia, en la memoria colectiva, como texto del abrazo Balbín – Perón, pero también dejó en racionales términos relativos a las verdades del peronismo. La evolución dogmática no solamente era posible, también era deseable.

Claro que el país estaba siendo agredido por energúmenos que aborrecían la democracia. 


Foto que muestra a terroristas del ERP y Montoneros en Cuba.
Traidores a la Patria y esbirros de la dictadura castrista.


El 20 de Enero de 1974, respondiendo al ataque del ERP contra el Regimiento de Azul, el Presidente Perón habló a la Nación vistiendo uniforme. Tras subrayar el respeto del Gobierno por la Constitución Nacional, advirtió que la organización terrorista atacaba al Estado actuando con objetivos y dirección foránea, no descartando complicidad de la gobernación bonaerense. Subrayaba Perón la necesidad de “poner coto a la acción disolvente y criminal que atenta contra la existencia misma de la Patria y sus instituciones”, para lo cual llamaba a “aniquilar cuanto antes este terrorismo criminal”.


El Presidente Perón mantuvo la línea institucional trazada, ratificándola en su discurso a la Asamblea Legislativa, el 1° de Mayo de 1974, con estos conceptos:

Superaremos la subversión. Aislaremos a los violentos y a los inadaptados. Los combatiremos con nuestras fuerzas y los derrotaremos dentro de la Constitución y la Ley. Ninguna victoria que no sea también política es válida en este frente. Y la lograremos. Tenemos no sólo una doctrina y una fe, sino una decisión que nada ni nadie hará que cambie. Tenemos, también, la razón y los medios de hacerla triunfar. Triunfaremos, pero no en el limitado campo de una victoria material contra la subversión y sus agentes, sino en el de la consolidación de los procesos fundamentales que nos conducen a la liberación nacional y social del Pueblo Argentino, que sentimos como capítulo fundamental de la liberación nacional y social de los pueblos del continente”.

La defensa de la Constitución Nacional -y no refiere la Constitución peronista de 1949, sino la de todos los argentinos que es la de 1853 con sus sucesivas reformas-, combatiendo a los movimientos subversivos dentro de la ley y con una profunda mirada política del problema, es expresión, del estratega lúcido consustanciado con las instituciones republicanas. 

El mismo día en horas de la tarde, hablando desde los balcones de la Casa Rosada, iba a confrontar a los Montoneros advirtiéndoles que todavía no había tronado el escarmiento por el asesinato de dirigentes sindicales. Los llamó estúpidos e imberbes, definiéndolos como infiltrados y mercenarios al servicio del dinero extranjero.

El 24 de Mayo de 1974, en el Teatro Nacional Cervantes, Perón ratificó ante el Congreso Nacional Justicialista los mismos lineamientos que había expresado en la reunión con los gobernadores durante el interinato de Lastiri. Dijo pues estar feliz de “ver que mis compañeros peronistas llegan hasta este Congreso a fin de afirmar la institucionalización del Movimiento. El Movimiento Peronista ha sido, desde su creación, una organización un tanto 'sui generis’, y como en todas las revoluciones, ha primado desde los primeros momentos un sentido gregario, con una conducción perfectamente organizada en el sentido vertical. Así ha sido posible llegar hasta nuestros días después de treinta años de conducción política, realizada directamente por el jefe del Movimiento y sus órganos auxiliares en el comando de toda actividad política peronista. Es indudable que esto obedece ya a una regla histórica en los movimientos revolucionarios. El gregarismo es, sin duda, el factor decisivo en la promoción de los movimientos revolucionarios, pero es necesario comprender que si eso puede ser indispensable en los primeros tiempos de la acción de un movimiento de masas como el nuestro, es menester pensar que su consolidación en el tiempo sólo puede realizarse a través de una organización”.

Específicamente enfatizó Perón en la necesidad de darle al Movimiento Justicialista un orden sostenido por la disciplina partidaria, pero sin ser estrictamente un partido político porque ello le quitaría amplitud de recepción: “Siempre hemos tenido una inmensa tolerancia, y la debemos mantener porque las grandes organizaciones institucionales obedecen a las mismas leyes que la organización fisiológica del individuo. Por ejemplo: si a una persona se la tiene esterilizada, sin contaminación de ninguna clase, el día que tome contacto con los demás, adquiere todas las enfermedades habidas y por haber, porque no tiene defensas, ya que éstas se producen, precisamente, por el microbio que entra al organismo, que genera sus propios anticuerpos”.

Hay que ver en ello la explicación de dos caras de un mismo y fascinante fenómeno que ocurre con el peronismo: de un lado su capacidad para abortar la infiltración, o entrismo, de los que sin ser peronistas pasan por tales, y por otro lado la capacidad fagocitadora para con los partidos que intentan obrar como aliados. El peronismo es receptivo, abarcador y expansivo, pero también virulentamente reaccionario cuando descubre que, máscara peronista mediante, se pretende falsificar sus preceptos, y en especial sus emociones. El problema es que, siempre, las desviaciones ideológicas producto de la infiltración, salvo intentos muy burdos, se descubren tardíamente. Al respecto, Perón advertía en el mismo discurso: "tengamos la precaución de no dejar avanzar mucho las infecciones; porque, indudablemente, cuando esas infecciones llegan a cierto grado no se dominan ni aún con la penicilina".

Puestas en los días en que fueron pronunciadas, esas palabras de Perón dan cuenta de un tiempista haciendo equilibrios con los pies y malabares con las manos. A contrarreloj, necesitaba ganar tiempo y fundamentalmente ahorrar sangre. Designar un sucesor era imposible porque no había nadie capaz de ponerse el traje, entonces la única forma de lograr que el Pueblo fuera su único heredero la avizoraba a través de la institucionalización del Movimiento. Tal imperativo implicaba re evolucionar la forma peronista de abordar la política, y el desafío de hacer entender a la propia dirigencia la necesidad de no sacar los pies del plato. Acatar una disciplina partidaria sin el atajo de la bendición del líder, era cambiar el mando por el consenso.

Toda la historia peronista había sido verticalista y movimientista, comprendía Perón que no podía ser simple cambiar esa concepción por la disciplina partidaria: “La conducción por organizaciones es la más difícil de todas las conducciones. La conducción individual, por sentido gregario, es relativamente simple, cuando hay convicción y acatamiento. La conducción por organismos es mucho más difícil, porque es más difícil poner de acuerdo a veinte cabezas que a una cabeza. Sin embargo, esto es indispensable que lo hagamos, no sólo por ahora, sino también para el futuro”.

Perón falleció el 1° de Julio de 1974. Comenzó entonces una etapa que podríamos llamar de luto. Su muerte no logró ser asimilada institucionalmente, y él no eligió colaboradores capaces para esa eventualidad. Isabel Perón resultó desbordada por la situación. Desprestigiada y asediada por tensiones de toda índole, el golpe de Estado del 24 de Marzo de 1976 no sorprendió a ningún argentino. Lo que siguió es historia conocida, la victoria militar sobre las guerrillas fue al costo de una metodología aberrante. El pueblo, harto del terror sembrado por las bandas subversivas, supo quien era su enemigo y apoyó la acción represiva que siguió al golpe; más aún, toleraba el congelamiento de la vida política porque le preocupaban las cuestiones económicas, materia en que el gobierno de facto fue notoriamente deficitario al propugnar un falso liberalismo. Recién se tomó conciencia masiva de la necesidad de volver a la vigencia de la Constitución Nacional tras la derrota en la Guerra de Malvinas. Si hubiera acertado en lo económico, el gobierno militar no se hubiese aventurado en Malvinas ni se iba a cuestionar lo actuado en la guerra contra la subversión. 

Con el retorno a la democracia, el peronismo cerró su luto en la derrota electoral del 30 de Octubre de 1983. Ahí tomó conciencia que la ausencia de Perón era definitiva, y que no bastaba invocarlo para ganar elecciones. La quinta etapa del peronismo coincide con la vida democrática del país y es, por usar una expresión de estilo borgeana, la del “laberinto de los incorregibles”.


EL LABERINTO DE LOS INCORREGIBLES

Institucionalmente el Movimiento Peronista sigue hoy en el mismo lugar en que lo dejó Perón. A 39 años de su muerte es obvio que los discípulos no han hecho los deberes. La tarea difícil de institucionalizar el peronismo fue dejada de lado a favor de la comodidad que representan los liderazgos centralizados y la improvisación permanente. El peronismo es la paradoja de una entelequia concreta que ordenándose por la caja del poder puede ser cualquier cosa.


Empero, debe reconocerse a la luz de la historia que aún así concentra la mayor potencialidad de gobernabilidad en Argentina. La ambición política es sinónimo de peronismo, un imán tanto para la ambición legítima de quienes quieren servir a la Nación, como para la ambición mezquina de los que buscan servirse del poder. La ambición es necesaria para la construcción política, pero debe ir más allá de la obediencia y el oportunismo, debe ser un aporte a lo colectivo, consensuada, institucionalizada como señalaba Perón viendo más allá de su propia sombra.

Muchos sentimos que la gobernabilidad necesita del peronismo; tanto que es sumamente complicado pensar el poder por fuera del peronismo. Esto es algo que se ha ido acentuando en los últimos treinta años de vida democrática, y que no es mérito del peronismo sino culpa que comparte con los demás sectores de la vida política argentina. La imposibilidad institucional del peronismo, el eclipse del radicalismo y la diáspora liberal, entre otros ejemplos puntuales, son un claro indicador del mal compartido: nuestra muy pobre cultura política.

El peronismo no ha sabido domar su espíritu movimientista, no acata disciplina partidaria alguna y oscila ideológicamente siguiendo liderazgos oportunistas. Carlos Ménem, Eduardo Duhalde, Néstor Kirchner y Cristina Fernandez en nombre del peronismo han llevado al país por tres rumbos distintos. En plena euforia por el derrumbe de la Unión Soviética, el menemismo buscó alinearse carnalmente con los Estados Unidos. Duhalde, cual piloto de tormentas, buscó otro horizonte más digno, parecido al de Brasil. Y Néstor Kirhcner lo mismo que Cristina Fernández viraron al otro extremo, rechazando al mundo civilizado por el populismo de la Revolución Bolivariana y la reivindicación de los que fueron esbirros de la dictadura cubana en los años de plomo. Atrapado en su laberinto, el peronismo registra en sus filas a muchos que siendo fervientes kirchneristas, fueron también ardorosos menemistas, lo mismo que duhaldistas de la primera hora. A falta de apego a la institucionalidad partidaria, que es tener disciplina, principios, doctrina y una acción coherente, se impone la militancia en función de lealtades sucesivas. Veletas al viento, es larga la lista de funcionarios conversos de un gobierno a otro. A tal extremo que Ménem aparece hoy como kirchnerista, demostrando quizá que el kircherismo lejos de ser la fase superior del peronismo, como algunos de sus exponentes presumen, es la fase superior del menemismo; ya que en materia de corrupción y en afán de perpetuidad han ido notoriamente más allá que el riojano.

El peronismo no ha sabido ordenarse sin Perón porque su mística sigue esperando la llegada de un líder providencial. Aprovechándose de eso, que en buena fe parecen aguardar muchos peronistas, los puros pragmáticos del poder procuran mantener desestructurado al movimiento porque en esa confusión, donde todo y nada es peronismo, logran sacar ventaja. El desafío del peronismo es lograr autenticidad, dejar de ser incorregibles y salir del laberinto.


PERONISMO REPUBLICANO

Sortear el laberinto impone revisar las 20 verdades peronistas. El propio Perón demostró que pueden, y deben, ser mejoradas. Dado el rol principal que juega el peronismo, es apreciable que en 30 años de vida democrática el carácter movimientista no ha traído beneficios a la República. Al contrario, ha hecho daño. Ocurre que el Movimiento, así entendido, sin que lo gobiernen mecanismos institucionales de ninguna índole, es un caos que desplaza a la Patria del primer lugar de las prioridades. Si lo único perpetuo es la Patria, y por ello encabeza la escala de valores del peronismo, forzoso es que cuando se quiere perpetuar un gobierno la idea movimientista trepa la prioridad y se convierte en excusa para la traición.

Esa concepción que ve en los partidos políticos meras herramientas legales de participación electoral, sin vida propia ni disciplina alguna a la que ajustarse, atenta contra la identidad del peronismo, permite la desviación ideológica y facilita el arribo al poder de camaleones oportunistas que desprecian el cauce constitucional.

Que primero está la Patria es una verdad consolidada. Pero la idea movimientista debe ser revisada. Requiere el país un peronismo republicano, de sentido común, organizado en base a que primero está la Patria, después las instituciones y por último los hombres.

No se busca renunciar al calor popular que acompaña al Movimiento, ni privarlo de su folklore y liturgia, se trata de darle a ese Movimiento referencias ciertas, independientes del capricho de cualquier dedo providencial y transformar a las masas en ciudadanía, elevando así la cultura política del país.

El consenso, dentro de la disciplina partidaria de conducción colegiada que reclamaba Perón, todavía es posible. Hay un clima de época, surgido en respuesta a los excesos retrógrados del kirchnerismo, por el cual vastos sectores están reclamando que se respete la Constitución Nacional. Alberdi, acaso nuestro pensador más importante del Siglo XIX, está siendo revalorado. Es una reacción frente a la avidez kirchnerista por acumular poder que, imponiendo la sumisión como única relación política, hace de todas las instituciones que caen bajo su dominio cáscaras vacías.

Bastará dar pocas y certeras señales de vida institucional para resquebrajar el manto de confusión y aturdimiento tendido por la propaganda oficial, porque no es posible que en los corazones y conciencias de los argentinos se haya apagado la flama de la Libertad. La historia no pasa en vano. Nuestro destino no es sumisión ni abandono. Lo demuestra haber pasado antes por muchas etapas de equívoco y enfrentamiento. Etapas que ofrecían esta sutil diferencia con el presente: todas nuestras luchas internas fueron libradas a sangre y fuego desde convicciones sinceras. Por ello terminaron muchas veces en abrazos de reconciliación, en palabras de respeto por el adversario e incluso en honestos reconocimiento de culpa, como el que hiciera el valiente Lavalle por el fusilamiento de Dorrego. Desde luego, no es posible reconciliarse cuando no hay sinceridad; es así que el kirchnerismo no se cerrará con ningún abrazo. La hipocresía no tiene otro destino que extinguirse en el olvido. Y es claro que la mentada “refundación” kirchnerista de la historia no es más que una postura hipócrita, sostenida por filósofos como Ricardo Forster y José Pablo Feinmann con argumentaciones que, ya risibles, acompañan el declive a lo ridículo. Es difícil tomarse en serio a quienes, después de haber sembrado el odio, dicen que la Presidente es odiada por ser linda y exitosa. No por nada Forster, referente de Carta Abierta, no se atrevió a debatir con Silvio Maresca, del Grupo Consensos.

El imperativo de la hora, y no sólo en el peronismo, es priorizar lo institucional, comenzando por ofrecer canales transparentes de participación ciudadana y terminar con la improvisación. Claros en los medios y en los fines, cada acto de vida partidaria tendrá la trascendencia de proyectar a la sociedad el ejemplo de la dinámica a impulsar en las instituciones del Estado. Porque desde el INDEC hasta las Fuerzas Armadas, es imprescindible restaurar todas las instituciones que siendo necesarias para el bienestar de la República se ven corrompidas e impedidas de cumplir sus fines. Como enseñó allá por el Centenario el Presidente Roque Sáenz Peña: “Las instituciones deben primar sobre la voluntad de los hombres”.

Consustanciado con esa misma voluntad, el peronismo republicano debe superar el carácter movimientista en pos de la institucionalidad, ya que, en palabras de Perón (12JUN74) “cada uno que comparta las inquietudes y fines que perseguimos, no puede ser un testigo mudo de los acontecimientos, sino un protagonista activo y diligente en la defensa de los intereses comunes de los argentinos. Sólo los pueblos calificados con un alto índice de cultura política, pueden llegar a ser artífices de su propio destino”.


El destino de la Patria, la República y la Libertad de los argentinos depende de elevar nuestra cultura política, y no es posible hacerlo sin que el peronismo logre institucionalizarse. 



NOTA: El número 3 de la Revista CONSENSOS contiene artículos autoria de Claudio Chaves, Jorge Castro, Graciela Maturo, Pascual Albanese, Luis María Bandieri, Silvio Juan Maresca, Pablo Anzaldi, Juan Maya, Ernesto Tenembaum y una entrevista a Gerónimo Momo Venegas.


Ariel Corbat, La Pluma de la Derecha
Estado Libre Asociado de Vicente López