lunes, 25 de marzo de 2013

EL DIARIO "LA NACION" CENSURA A SUS LECTORES





El diario La Nación incurrió hoy, 25 de Marzo de 2013, en un acto de censura. Aduciendo la "sensibilidad del tema", cerró a comentarios la nota, publicada en su sitio de Internet, en que informa sobre declaraciones de Estela de Carlottto reivindicando la lucha armada de los desaparecidos que militaban en organizaciones terroristas. 

Ese ejercicio preventivo de la censura merece, al menos, dos consideraciones; una sobre la noticia en sí, ahondando en su trasfondo histórico, y otra muy breve sobre el contexto actual para la libertad de prensa. 

Es totalmente repudiable que Estela de Carlotto, o cualquiera, exalte la violencia de las organizaciones terroristas diciendo que "esa violencia es la que tuvo San Martín y los héroes cuando tuvieron que defender la Patria". Se trata de otro paso más en la tergiversación de la historia argentina que impulsa el kirchnerismo. Los subversivos enrolados en Montoneros y el ERP no luchaban por la independencia argentina, bien al contrario procuraban hacer del país una nueva Cuba, otra tiranía subordinada al imperialismo soviético. No fueron patriotas, fueron traidores que tomaron las armas contra la Nación Argentina obedeciendo a mandos foráneos. 

Igualmente repudiable es su pretensión de hacer pasar a los desaparecidos, terroristas en su enorme mayoría (no se me escapa que hubo inocentes), como "una generación que dejó la vida y nos dejó la democracia". Omite decir que antes de "dejar la vida" tomaron otras muchas vidas ajenas, y es totalmente falso que nos hayan dejado la democracia. Mal que le pese a Hebe de Bonafini, Estela Carlotto y a la zurdería toda, nuestra democracia no es fruto de mala semilla, no se la debemos a ningún enemigo de la Patria: ni a sus guerrilleros, ni a Gran Bretaña como ha sostenido Margaret Tatcher. 

Nuestra democracia es hija del sostén moral que resultó ser el coraje ofrendado a la dignidad de la Patria por combatientes que, en Malvinas, abandonados en el frente opusieron una resistencia inaudita. Sobre ese coraje, preservando con orgullo el espíritu de Nación, nuestro retorno definitivo a la vida democrática fue la mejor opción al haberse agotado el modo de vida pública que se venía malformando en la deformidad desde 1930; y así como la victoria en la Guerra del Paraguay consolidó al Ejército Argentino contribuyendo a la fortaleza de las instituciones, la Guerra de Malvinas impuso en la derrota la necesidad de volver las Fuerzas Armadas a su rol específico. Ese reclamo decretó el fin del golpismo y el retorno al imperio de la Constitución Nacional. Todas las sociedades medianamente civilizadas toman nota de las lecciones de la historia para corregir sus rumbos cuando pagan con sangre el costo de sus errores; la sociedad argentina no fue la excepción, aunque no haya sacado total provecho de aquella experiencia.


Los jóvenes oficiales de las Fuerzas Armadas, tanto quienes combatieron en Malvinas como los que permanecieron en el territorio continental, se sintieron traicionados ante la palmaria impericia de los altos mandos, y sin ese sustento no era  posible prolongar el gobierno militar. Ellos querían seguir siendo soldados, para no convertirse en lo que se habían transformado los jerarcas del llamado Proceso de Reorganización Nacional. Ningún otro desatino de ese gobierno de facto había logrado conmover tan hondamente a la enorme mayoría de la sociedad argentina. Defraudado, el mismo pueblo que recibió con alivio al golpe de Estado de 1976 y que también, masivamente, entendió la recuperación de las Islas Malvinas como la gesta nacional que debía ser, retrajo su apoyo a lo que se había impuesto por décadas como una suerte de constitución real del país y reclamó reimplantar la supremacía de la Constitución Nacional, que hasta entonces era puro formalismo.  

El peso de los jóvenes oficiales en ese cambio de rumbo no se hizo sentir en forma organizada a través de logias o agrupaciones que activaran conspirativamente como tantas veces antaño ocurrió, ni fue producto de un estado deliberativo abierto y desafiante, se trató en cambio de una impresión generalizada, de una convicción certera impulsada con humildad por quienes volvieron del frente, ya que trazando otro paralelo con los guerreros del Paraguay, los veteranos de Malvinas no reclamaron nada para sí. Subyace en esa humildad el culto al heroísmo y el especial respeto que merecen los muertos por la Patria. Los verdaderos muertos por la Patria.

Nada tiene que ver nuestra democracia con los desaparecidos, que ni son 30.000 ni lucharon por ella.

Todo esto, en el contexto de un gobierno que pregonando ir "por todo" falsea la historia y el presente, hace realmente preocupante que La Nación incurra en un acto de censura contra sus lectores. ¿Cuál es la sensibilidad que se busca proteger?, ¿La de la nueva religión oficial que hace santos de los desaparecidos?, ¿La de la historia escrita a gusto del kirchnerismo? 

Es evidente que busca el gobierno someter y alinear a los medios de comunicación, y en ese marco la censura de La Nación a los comentarios de sus lectores parece un acto impulsado por el temor. En cierta  medida es una muestra de autocensura. Está la noticia, pero se impide la repercusión. Lamento pues decirle a los responsables del diario, que hoy han perdido una batalla, hoy se han doblegado por temor renunciando a ser una tribuna de doctrina y opinión. 

Don Bartolo merecía más coraje. 


Ariel Corbat, La Pluma de la Derecha
www.plumaderecha.blogspot.com
Estado Libre Asociado de Vicente López