Artículo publicado en el N° 3 de la Revista CONSENSOS, invierno del 2013:
MÁS ALLÁ DE LA SOMBRA DE PERÓN, EL
PERONISMO INSTITUCIONAL
Ariel Corbat
ADVERTENCIA
Al pensar este artículo me
pareció necesario, por honestidad intelectual, comenzar aclarando desde dónde
escribo sobre el peronismo. Soy un liberal que simpatiza con algunos aspectos
del peronismo, empezando por aquello de que para un argentino no hay nada mejor
que otro argentino; enseñanza tan elemental como demostrativa de nuestros
desencuentros como Nación, y que todavía muchos no han entendido.
Siendo de la clase de liberal
al que no le alcanzaría con vivir en un país de libertades, yo necesito una
Patria de libertades. Quiero así que mis convicciones sigan siendo auténticas,
que sean puestas a prueba por las razones del otro y por las dudas propias.
Nuestro presente requiere, con urgencia, que nos ayudemos a pensar, y no se
piensa montando prejuicios.
EL
CARÁCTER MOVIMIENTISTA DEL PERONISMO
Allá por 1950 Juan Domingo
Perón hizo una síntesis de su doctrina política que dio en llamar las 20
verdades peronistas. Estaba entonces en la mitad del Siglo XX, e iba a mitad de
un primer recorrido que, partiendo del 17 de Octubre de 1945, culminaría con la
Revolución Libertadora.
Entendiendo como
protoperonismo a la etapa que va desde los preparativos del golpe del 04 de
Junio de 1943 hasta el 17 de Octubre de 1945, el primer peronismo emergió en
forma de movimiento. Perón ejercía un liderazgo certero e indubitable de
grandes masas populares que reclamaban un lugar que nunca antes habían tenido y
asumió el ejercicio del poder sosteniendo el formato movimientista, lo cual era
lógico desde que se planteaba una modificación radical de las relaciones
sociales e institucionales del país. Si el voto femenino y la revalorización de
los trabajadores fueron expresión positiva de ese sesgo reformista, el lado
negativo se mostró con el Juicio Político a los Ministros de la Corte Suprema
de Justicia de la Nación en 1947 y, finalmente, con el reemplazo de la
Constitución Nacional en 1949, cuya necesidad de reforma fue votada sin la debida
mayoría en la Cámara de Diputados.
La sola idea del movimiento es
la de una fuerza de masas que, bajo conducción, relativiza y avasalla los
cauces formales en pos de objetivos superiores. Eso queda muy claro a través de
las 20 verdades peronistas si se advierte que no hay en ellas una sola mención
a las instituciones ni al respeto por la ley. Ese peronismo no reivindicaba
valores republicanos.
Así, la verdad N° 8 reza
textualmente: “En la acción política la escala de valores de todo peronista es
la siguiente: primero la Patria, después el Movimiento, y luego los Hombres”.
No hay instituciones intermedias que den significación participativa de valor a
la vida política. Si el peronismo reavivó el calor popular que acompañó a
Hipólito Yrigoyen no fue para defender los mismos principios del radicalismo,
en lugar de ello sintió a la Constitución Nacional como un límite a vencer. El
liderazgo estuvo pues entroncado con el que ejercieron los caudillos federales
en la primera mitad del Siglo XIX, en especial Juan Manuel de Rosas. Sin
embargo no era Perón un retrógrado que pretendiera volver al pasado, tenía su
propia visión del futuro. Acorde a lo que había observado en Europa y al
resultado de la Segunda Guerra Mundial, pensaba que la Argentina tenía un rol
que desempeñar en ese mundo disputado por dos bloques. Conducir a la Argentina
por la tercera posición en el concierto de las naciones, imponía entonces
contar con completo dominio del frente interno.
El movimiento resultaba así
una marea que no admitía cauce alguno proveniente del viejo orden, de hecho la
verdad N° 2 sostiene: “El peronismo es esencialmente popular. Todo círculo
político es antipopular, y por lo tanto, no es peronista”. La elocuente frase
de un personaje de Osvaldo Soriano que tomó Leonardo Favio: “nunca me metí en
política, siempre fui peronista”, es la ratificación práctica del concepto.
Según esa concepción, seguir a Perón es tener una verdad que está por encima de
toda discusión. Dicho en otras palabras, el primer peronismo se definía exclusivamente
por el ismo que decidía Perón. El líder de un gobierno centralizado en su
persona, con respaldo popular masivo, no necesitaba hacer del justicialismo otro
partido político, bastaba que fuera un movimiento y lo siguiera.
Tras la Revolución Libertadora,
por efecto del exilio y la proscripción, la segunda etapa del peronismo, que abarca
de 1955 a 1973, va a significar la expansión del carácter movimientista, ya no
por decisión del conductor sino por necesidades estratégicas impuestas por el
contexto. Perón nunca fue Mahatma Ghandi, a diferencia del nacionalista indio
no era abogado sino militar y por formación asumía la política en términos de
confrontación sin descartar el uso de la violencia. Forzosamente no se puede
ser legalista desde la ilegalidad, porque la clandestinidad impone la necesidad
de estar en todos lados y en ninguno, de poder golpear sin ser golpeado. Es
decir, tanto desde la resistencia armada, como ante la hendija democrática de
algún comicio para burlar la proscripción, cualquier sello de plomo o de goma tenía
cierta utilidad coyuntural. El Movimiento fue así el paraguas que dio cobijo al
espectro amplio de personas y grupos unidos por el retorno del líder, pero con distintas
interpretaciones de lo que ese retorno iba a significar. Una suerte de
tragicómica Armada Brancaleone, que terminaría combatiendo entre sí. Bajo el
grito de “Viva Perón” eran diferentes las motivaciones, los sentimientos, las
ideas y los fines de quienes luchaban por el retorno.
Paralelamente, la defensa de
la democracia y la Libertad proclamada por la Revolución Libertadora se iba a
traicionar por el efecto nefasto que tiene toda definición por el “anti”. “Ser
o no ser”, es un dilema siempre vigente; y enfatizar el “anti” es la mejor
manera de no ser. Desde que asumió el Poder Constituyente, la Revolución
Libertadora fue, efectivamente, una revolución. La única revolución entre todos
los golpes del Siglo XX. Sin embargo careció de la audacia necesaria para ser
leal a las convicciones republicanas y el credo liberal de la Constitución
Nacional de 1853. Cerrándose sobre el antiperonismo perdió el eje de la
Libertad, y apoyándose en la proscripción no pudo encontrar la manera de
convencer. Así quedó trunca.
Nada ocurre porque sí en la
historia, todo tiene sus causas. La cuestión es no pasar en el tiempo sin tomar
nota de sus enseñanzas y obrar sobre los efectos. Lo supo entender Perón, quien
tenía 50 años en 1945, 60 en 1955 y 77 en 1973. Partiendo de su retorno
definitivo al país, en la tercera etapa, breve pero intensa y cargada de
definiciones, se observa un líder conciente de estar próximo a su final
biológico. Sin desconocer su responsabilidad en los tiempos convulsos que vivía
el país, podía evaluar el rumbo al futuro con la experiencia que le daban los años.
Consecuentemente sus preocupaciones apuntaban lejos, preveía un horizonte más
allá de su propia sombra. El viejo, sabía.
Entre otras cosas, sabía Perón
que no iba a poder solo. La política, sin dejar de ser un juego agonal, debía
consolidar el respeto por el otro y servir a la convivencia. La mayoría ya no
podría ser sinónimo de vale todo, ese es el significado que da trascendencia al
abrazo de Perón con el radical Ricardo Balbín el 19 de Noviembre de 1972. Dos
argentinos que, dejando los rencores en el pasado, revivían con el propio pulso
ese otro abrazo con que, en 1879, Juan Bautista Alberdi y Domingo Faustino
Sarmiento hicieron a un lado su enemistad. Sabían Balbín y Perón que era
preciso dar señales de unidad nacional. La Guerra Fría ya no era tan fría por
estas latitudes.
No se le escapaba a Perón que entre
las fuerzas desplegadas sobre el terreno estaban las que respondían a mandos
extranjeros. Sostener la “Tercera Posición” era pararse en la línea de fisura,
y el Movimiento Justicialista, con su anhelo de no ser sometido por ninguno de
los imperialismos en pugna, corría riesgo de ser infiltrado y desviado, como quedaría
claro durante el dañino gobierno del Presidente Héctor Cámpora, 49 negros días
entre el 25 de Mayo y el 13 de Julio de 1973. Entonces el replanteo. Era tiempo
de revisar el dogma y la práctica peronista.
PERÓN
VE MÁS ALLÁ DE PERÓN
El 2 de Agosto de 1973, con Raúl
Lastiri en la Presidencia de la Nación, Perón reunió en la Quinta de Olivos a
los gobernadores peronistas dando una clase magistral de política dictada por
un estadista maduro y generoso que leyó la historia sin negarse al
entendimiento de sus propios errores. Así dijo:
“La autocrítica es
indispensable en cada una de estas circunstancias. Ahora hay muchos gorilas que
dicen: ‘Ahora estamos de acuerdo, hemos aprendido’. Ellos también estaban
equivocados. Ellos por retardatarios; nosotros por apresurados. En el futuro,
lo que tenemos que hacer es terminar en el país tanto con los apresurados como
con los retardatarios, y hacerlo todo en su medida y armoniosamente”.
Allí habló de elevar la
cultura política de los argentinos replanteando el carácter movimientista del
peronismo:
“Tenemos una grave
responsabilidad, que no puede ser de un hombre ni de unos pocos hombres, sino
de todo el Movimiento Justicialista, en todo el país, para lo cual creo yo que
es indispensable que comencemos por institucionalizarlo; institucionalizarlo
con toda seriedad y con toda decisión. Desde que caímos en 1955 he pensado en
tratar de institucionalizar el Movimiento; pero no era una cosa fácil, debiendo
sostener una lucha que imponía, precisamente, una conducción centralizada”.
Al respecto precisaba: “Ya no
seguiremos con el procedimiento del dedo, porque eso no va a ser eficaz. Ahora
tenemos que empezar con el procedimiento del voto que haga verdaderamente
representativo el instrumento que ha de manejar, dirigir y conducir el
Movimiento Peronista”.
Y ahí afloraba la total
conciencia sobre su final cronológico: “mientras los movimientos gregarios
mueren con su inventor, los movimientos institucionales siguen viviendo aún
cuando desaparezcan todos los que lo han erigido. Porque el hombre no vence al
tiempo; la organización es lo único que puede vencerlo”.
“Yo ya estoy viejo, y el hecho
de que se acerque mi final nos debe hacer pensar en que es necesario que este
Movimiento se institucionalice para que pueda continuar en el tiempo y en el
espacio, aún prescindiendo de mí”.
No obstante su brillantez, el
opaco contexto histórico condicionaba la posibilidad cierta de dejar como
legado una plena democracia republicana. Tanto la caótica liberación de
guerrilleros presos del día en que asumió Cámpora, como la violencia desplegada
en Ezeiza al retorno de Perón el 20 de Junio, eran un llamado de atención sobre
la necesidad de reconducir a buena parte de la juventud que, seducida por la
ultraizquierda, no entendía que “la única manera de no ser esclavos, es ser
esclavos de la ley; y eso nosotros tendremos que imponerlo, de cualquier
manera”. Igual que un padre puede buscar congraciarse con sus hijos haciendo
alguna concesión, Perón tendió su mano ante esas desviaciones ideológicas y definió
al Justicialismo como un movimiento de izquierda, pero una izquierda que no es
ni comunista ni anárquica: “es una izquierda justicialista que quiere realizar
una comunidad dentro de la cual cada argentino tenga la posibilidad de
realizarse; no más allá”.
El peronismo, en su tercera
etapa, ya no vería a la Constitución Nacional como límites a superar; muy por
el contario, Perón le indicaba al movimiento justicialista que la reconocía
como el cauce de moderación que permitía la felicidad del pueblo. Cerca de
iniciar su tercera Presidencia, revalorizaba las instituciones porque palpando
la agitación rondante no se le escapaba que debían cerrarse las puertas al infierno
de otra guerra civil. En ese sentido pedía expresamente aprender de Europa
occidental, donde luego de la Segunda Guerra Mundial la reconstrucción fue
posible porque la política se hacía en base a la cooperación y tanto
conservadores como comunistas valoraban la democracia integrada con un gran
espíritu de unidad nacional.
Ya en ejercicio de su tercer
mandato presidencial, Perón quitó el carácter de tablas pétreas a las 20
verdades peronistas y anunció, en Diciembre de1973, que aquello de que para un
peronista no debía haber nada mejor que otro peronista, quedaba superado por el
entendimiento de que para un argentino no debe haber nada mejor que otro
argentino.
Quedó aquella sentencia, en la
memoria colectiva, como texto del abrazo Balbín – Perón, pero también dejó en
racionales términos relativos a las verdades del peronismo. La evolución
dogmática no solamente era posible, también era deseable.
Claro que el país estaba
siendo agredido por energúmenos que aborrecían la democracia.
Foto que muestra a terroristas del ERP y Montoneros en Cuba. Traidores a la Patria y esbirros de la dictadura castrista. |
El
20 de Enero de 1974, respondiendo al ataque del ERP contra el Regimiento de
Azul, el Presidente Perón habló a la Nación vistiendo uniforme. Tras subrayar
el respeto del Gobierno por la Constitución Nacional, advirtió que la organización
terrorista atacaba al Estado actuando con objetivos y dirección foránea, no
descartando complicidad de la gobernación bonaerense. Subrayaba Perón la
necesidad de “poner coto a la acción disolvente y criminal que atenta contra la
existencia misma de la Patria y sus instituciones”, para lo cual llamaba a
“aniquilar cuanto antes este terrorismo criminal”.
El Presidente Perón mantuvo la
línea institucional trazada, ratificándola en su discurso a la Asamblea
Legislativa, el 1° de Mayo de 1974, con estos conceptos:
“Superaremos la subversión. Aislaremos a los violentos
y a los inadaptados. Los combatiremos con nuestras fuerzas y los derrotaremos
dentro de la Constitución y la Ley. Ninguna victoria que no sea también
política es válida en este frente. Y la lograremos. Tenemos no sólo una
doctrina y una fe, sino una decisión que nada ni nadie hará que cambie.
Tenemos, también, la razón y los medios de hacerla triunfar. Triunfaremos, pero no en el limitado campo de una victoria material contra la
subversión y sus agentes, sino en el de la consolidación de los procesos
fundamentales que nos conducen a la liberación nacional y social del Pueblo
Argentino, que sentimos como capítulo fundamental de la liberación nacional y
social de los pueblos del continente”.
La
defensa de la Constitución Nacional -y no refiere la Constitución peronista de
1949, sino la de todos los argentinos que es la de 1853 con sus sucesivas
reformas-, combatiendo a los movimientos subversivos dentro de la ley y con una
profunda mirada política del problema, es expresión, del estratega lúcido
consustanciado con las instituciones republicanas.
El
mismo día en horas de la tarde, hablando desde los balcones de la Casa Rosada,
iba a confrontar a los Montoneros advirtiéndoles que todavía no había tronado
el escarmiento por el asesinato de dirigentes sindicales. Los llamó estúpidos e
imberbes, definiéndolos como infiltrados y mercenarios al servicio del dinero
extranjero.
El 24 de Mayo de 1974, en el Teatro
Nacional Cervantes, Perón ratificó ante el Congreso Nacional Justicialista los
mismos lineamientos que había expresado en la reunión con los gobernadores
durante el interinato de Lastiri. Dijo pues estar feliz de “ver que mis compañeros peronistas llegan hasta este
Congreso a fin de afirmar la institucionalización del Movimiento. El Movimiento
Peronista ha sido, desde su creación, una organización un tanto 'sui generis’,
y como en todas las revoluciones, ha primado desde los primeros momentos un
sentido gregario, con una conducción perfectamente organizada en el sentido
vertical. Así ha sido posible llegar hasta nuestros días después de treinta
años de conducción política, realizada directamente por el jefe del Movimiento
y sus órganos auxiliares en el comando de toda actividad política peronista. Es
indudable que esto obedece ya a una regla histórica en los movimientos
revolucionarios. El gregarismo es, sin duda, el factor decisivo en la promoción
de los movimientos revolucionarios, pero es necesario comprender que si eso
puede ser indispensable en los primeros tiempos de la acción de un movimiento
de masas como el nuestro, es menester pensar que su consolidación en el tiempo
sólo puede realizarse a través de una organización”.
Específicamente
enfatizó Perón en la necesidad de darle al Movimiento Justicialista un orden
sostenido por la disciplina partidaria, pero sin ser estrictamente un partido
político porque ello le quitaría amplitud de recepción: “Siempre hemos tenido
una inmensa tolerancia, y la debemos mantener porque las grandes organizaciones
institucionales obedecen a las mismas leyes que la organización fisiológica del
individuo. Por ejemplo: si a una persona se la tiene esterilizada, sin
contaminación de ninguna clase, el día que tome contacto con los demás,
adquiere todas las enfermedades habidas y por haber, porque no tiene defensas,
ya que éstas se producen, precisamente, por el microbio que entra al organismo,
que genera sus propios anticuerpos”.
Hay
que ver en ello la explicación de dos caras de un mismo y fascinante fenómeno
que ocurre con el peronismo: de un lado su capacidad para abortar la
infiltración, o entrismo, de los que sin ser peronistas pasan por tales, y por
otro lado la capacidad fagocitadora para con los partidos que intentan obrar
como aliados. El peronismo es receptivo, abarcador y expansivo, pero también
virulentamente reaccionario cuando descubre que, máscara peronista mediante, se
pretende falsificar sus preceptos, y en especial sus emociones. El problema es
que, siempre, las desviaciones ideológicas producto de la infiltración, salvo
intentos muy burdos, se descubren tardíamente. Al respecto, Perón advertía en
el mismo discurso: "tengamos la precaución de no dejar avanzar mucho las infecciones; porque, indudablemente, cuando esas infecciones llegan a cierto grado no se dominan ni aún con la penicilina".
Puestas en los días en que fueron pronunciadas, esas palabras de Perón dan cuenta de un tiempista haciendo equilibrios con los pies y malabares con las manos. A contrarreloj, necesitaba ganar tiempo y fundamentalmente ahorrar sangre. Designar un sucesor era imposible porque no había nadie capaz de ponerse el traje, entonces la única forma de lograr que el Pueblo fuera su único heredero la avizoraba a través de la institucionalización del Movimiento. Tal imperativo implicaba re evolucionar la forma peronista de abordar la política, y el desafío de hacer entender a la propia dirigencia la necesidad de no sacar los pies del plato. Acatar una disciplina partidaria sin el atajo de la bendición del líder, era cambiar el mando por el consenso.
Puestas en los días en que fueron pronunciadas, esas palabras de Perón dan cuenta de un tiempista haciendo equilibrios con los pies y malabares con las manos. A contrarreloj, necesitaba ganar tiempo y fundamentalmente ahorrar sangre. Designar un sucesor era imposible porque no había nadie capaz de ponerse el traje, entonces la única forma de lograr que el Pueblo fuera su único heredero la avizoraba a través de la institucionalización del Movimiento. Tal imperativo implicaba re evolucionar la forma peronista de abordar la política, y el desafío de hacer entender a la propia dirigencia la necesidad de no sacar los pies del plato. Acatar una disciplina partidaria sin el atajo de la bendición del líder, era cambiar el mando por el consenso.
Toda
la historia peronista había sido verticalista y movimientista, comprendía Perón
que no podía ser simple cambiar esa concepción por la disciplina partidaria: “La conducción por organizaciones es la más
difícil de todas las conducciones. La conducción individual, por sentido
gregario, es relativamente simple, cuando hay convicción y acatamiento. La
conducción por organismos es mucho más difícil, porque es más difícil poner de
acuerdo a veinte cabezas que a una cabeza. Sin embargo, esto es indispensable
que lo hagamos, no sólo por ahora, sino también para el futuro”.
Perón
falleció el 1° de Julio de 1974. Comenzó entonces una etapa que podríamos
llamar de luto. Su muerte no logró ser asimilada institucionalmente, y él no eligió
colaboradores capaces para esa eventualidad. Isabel Perón resultó desbordada
por la situación. Desprestigiada y asediada por tensiones de toda índole, el golpe
de Estado del 24 de Marzo de 1976 no sorprendió a ningún argentino. Lo que
siguió es historia conocida, la victoria militar sobre las guerrillas fue al
costo de una metodología aberrante. El pueblo, harto del terror sembrado por
las bandas subversivas, supo quien era su enemigo y apoyó la acción represiva
que siguió al golpe; más aún, toleraba el congelamiento de la vida política
porque le preocupaban las cuestiones económicas, materia en que el gobierno de
facto fue notoriamente deficitario al propugnar un falso liberalismo. Recién se
tomó conciencia masiva de la necesidad de volver a la vigencia de la
Constitución Nacional tras la derrota en la Guerra de Malvinas. Si hubiera
acertado en lo económico, el gobierno militar no se hubiese aventurado en
Malvinas ni se iba a cuestionar lo actuado en la guerra contra la
subversión.
Con
el retorno a la democracia, el peronismo cerró su luto en la derrota electoral
del 30 de Octubre de 1983. Ahí tomó conciencia que la ausencia de Perón era
definitiva, y que no bastaba invocarlo para ganar elecciones. La quinta etapa
del peronismo coincide con la vida democrática del país y es, por usar una
expresión de estilo borgeana, la del “laberinto de los incorregibles”.
EL LABERINTO DE LOS INCORREGIBLES
Institucionalmente
el Movimiento Peronista sigue hoy en el mismo lugar en que lo dejó Perón. A 39
años de su muerte es obvio que los discípulos no han hecho los deberes. La
tarea difícil de institucionalizar el peronismo fue dejada de lado a favor de
la comodidad que representan los liderazgos centralizados y la improvisación
permanente. El peronismo es la paradoja de una entelequia concreta que
ordenándose por la caja del poder puede ser cualquier cosa.
Empero,
debe reconocerse a la luz de la historia que aún así concentra la mayor
potencialidad de gobernabilidad en Argentina. La ambición política es sinónimo
de peronismo, un imán tanto para la ambición legítima de quienes quieren servir
a la Nación, como para la ambición mezquina de los que buscan servirse del
poder. La ambición es necesaria para la construcción política, pero debe ir más
allá de la obediencia y el oportunismo, debe ser un aporte a lo colectivo,
consensuada, institucionalizada como señalaba Perón viendo más allá de su
propia sombra.
Muchos
sentimos que la gobernabilidad necesita del peronismo; tanto que es sumamente
complicado pensar el poder por fuera del peronismo. Esto es algo que se ha ido
acentuando en los últimos treinta años de vida democrática, y que no es mérito
del peronismo sino culpa que comparte con los demás sectores de la vida
política argentina. La imposibilidad institucional del peronismo, el eclipse
del radicalismo y la diáspora liberal, entre otros ejemplos puntuales, son un
claro indicador del mal compartido: nuestra muy pobre cultura política.
El
peronismo no ha sabido domar su espíritu movimientista, no acata disciplina partidaria
alguna y oscila ideológicamente siguiendo liderazgos oportunistas. Carlos
Ménem, Eduardo Duhalde, Néstor Kirchner y Cristina Fernandez en nombre del
peronismo han llevado al país por tres rumbos distintos. En plena euforia por
el derrumbe de la Unión Soviética, el menemismo buscó alinearse carnalmente con
los Estados Unidos. Duhalde, cual piloto de tormentas, buscó otro horizonte más
digno, parecido al de Brasil. Y Néstor Kirhcner lo mismo que Cristina Fernández
viraron al otro extremo, rechazando al mundo civilizado por el populismo de la
Revolución Bolivariana y la reivindicación de los que fueron esbirros de la
dictadura cubana en los años de plomo. Atrapado en su laberinto, el peronismo
registra en sus filas a muchos que siendo fervientes kirchneristas, fueron
también ardorosos menemistas, lo mismo que duhaldistas de la primera hora. A
falta de apego a la institucionalidad partidaria, que es tener disciplina,
principios, doctrina y una acción coherente, se impone la militancia en función
de lealtades sucesivas. Veletas al viento, es larga la lista de funcionarios
conversos de un gobierno a otro. A tal extremo que Ménem aparece hoy como
kirchnerista, demostrando quizá que el kircherismo lejos de ser la fase
superior del peronismo, como algunos de sus exponentes presumen, es la fase
superior del menemismo; ya que en materia de corrupción y en afán de
perpetuidad han ido notoriamente más allá que el riojano.
El
peronismo no ha sabido ordenarse sin Perón porque su mística sigue esperando la
llegada de un líder providencial. Aprovechándose de eso, que en buena fe
parecen aguardar muchos peronistas, los puros pragmáticos del poder procuran
mantener desestructurado al movimiento porque en esa confusión, donde todo y
nada es peronismo, logran sacar ventaja. El desafío del peronismo es lograr
autenticidad, dejar de ser incorregibles y salir del laberinto.
PERONISMO REPUBLICANO
Sortear
el laberinto impone revisar las 20 verdades peronistas. El propio Perón
demostró que pueden, y deben, ser mejoradas. Dado el rol principal que juega el
peronismo, es apreciable que en 30 años de vida democrática el carácter
movimientista no ha traído beneficios a la República. Al contrario, ha hecho
daño. Ocurre que el Movimiento, así entendido, sin que lo gobiernen mecanismos
institucionales de ninguna índole, es un caos que desplaza a la Patria del
primer lugar de las prioridades. Si lo único perpetuo es la Patria, y por ello
encabeza la escala de valores del peronismo, forzoso es que cuando se quiere
perpetuar un gobierno la idea movimientista trepa la prioridad y se convierte
en excusa para la traición.
Esa
concepción que ve en los partidos políticos meras herramientas legales de
participación electoral, sin vida propia ni disciplina alguna a la que
ajustarse, atenta contra la identidad del peronismo, permite la desviación
ideológica y facilita el arribo al poder de camaleones oportunistas que
desprecian el cauce constitucional.
Que
primero está la Patria es una verdad consolidada. Pero la idea movimientista
debe ser revisada. Requiere el país un peronismo republicano, de sentido común,
organizado en base a que primero está la Patria, después las instituciones y
por último los hombres.
No
se busca renunciar al calor popular que acompaña al Movimiento, ni privarlo de
su folklore y liturgia, se trata de darle a ese Movimiento referencias ciertas,
independientes del capricho de cualquier dedo providencial y transformar a las
masas en ciudadanía, elevando así la cultura política del país.
El
consenso, dentro de la disciplina partidaria de conducción colegiada que
reclamaba Perón, todavía es posible. Hay un clima de época, surgido en
respuesta a los excesos retrógrados del kirchnerismo, por el cual vastos
sectores están reclamando que se respete la Constitución Nacional. Alberdi,
acaso nuestro pensador más importante del Siglo XIX, está siendo revalorado. Es una reacción
frente a la avidez kirchnerista por acumular poder que, imponiendo la sumisión
como única relación política, hace de todas las instituciones que caen bajo su dominio
cáscaras vacías.
Bastará dar pocas y certeras
señales de vida institucional para resquebrajar el manto de confusión y
aturdimiento tendido por la propaganda oficial, porque no es posible que en los
corazones y conciencias de los argentinos se haya apagado la flama de la
Libertad. La historia no pasa en vano. Nuestro destino no es sumisión ni abandono.
Lo demuestra haber pasado antes por muchas etapas de equívoco y enfrentamiento.
Etapas que ofrecían esta sutil diferencia con el presente: todas nuestras
luchas internas fueron libradas a sangre y fuego desde convicciones sinceras.
Por ello terminaron muchas veces en abrazos de reconciliación, en palabras de
respeto por el adversario e incluso en honestos reconocimiento de culpa, como
el que hiciera el valiente Lavalle por el fusilamiento de Dorrego. Desde luego,
no es posible reconciliarse cuando no hay sinceridad; es así que el
kirchnerismo no se cerrará con ningún abrazo. La hipocresía no tiene otro
destino que extinguirse en el olvido. Y es claro que la mentada “refundación”
kirchnerista de la historia no es más que una postura hipócrita, sostenida por
filósofos como Ricardo Forster y José Pablo Feinmann con argumentaciones que,
ya risibles, acompañan el declive a lo ridículo. Es difícil tomarse en serio a
quienes, después de haber sembrado el odio, dicen que la Presidente es odiada
por ser linda y exitosa. No por nada Forster, referente de Carta Abierta, no se
atrevió a debatir con Silvio Maresca, del Grupo Consensos.
El imperativo de la hora, y no
sólo en el peronismo, es priorizar lo institucional, comenzando por ofrecer
canales transparentes de participación ciudadana y terminar con la
improvisación. Claros en los medios y en los fines, cada acto de vida
partidaria tendrá la trascendencia de proyectar a la sociedad el ejemplo de la
dinámica a impulsar en las instituciones del Estado. Porque desde el INDEC
hasta las Fuerzas Armadas, es imprescindible restaurar todas las instituciones
que siendo necesarias para el bienestar de la República se ven corrompidas e
impedidas de cumplir sus fines. Como enseñó allá por el Centenario el
Presidente Roque Sáenz Peña: “Las instituciones deben primar sobre la voluntad
de los hombres”.
Consustanciado con esa misma
voluntad, el peronismo republicano debe superar el carácter movimientista en
pos de la institucionalidad, ya que, en palabras de Perón (12JUN74) “cada uno
que comparta las inquietudes y fines que perseguimos, no puede ser un testigo
mudo de los acontecimientos, sino un protagonista activo y diligente en la
defensa de los intereses comunes de los argentinos. Sólo los pueblos
calificados con un alto índice de cultura política, pueden llegar a ser
artífices de su propio destino”.
El destino de la Patria, la
República y la Libertad de los argentinos depende de elevar nuestra cultura
política, y no es posible hacerlo sin que el peronismo logre
institucionalizarse.
NOTA: El número 3 de la Revista CONSENSOS contiene artículos autoria de Claudio Chaves, Jorge Castro, Graciela Maturo, Pascual Albanese, Luis María Bandieri, Silvio Juan Maresca, Pablo Anzaldi, Juan Maya, Ernesto Tenembaum y una entrevista a Gerónimo Momo Venegas.
Ariel Corbat, La Pluma de la Derecha
Estado Libre Asociado de Vicente López