La primera vez que adherí a
una huelga fue el 30 de Marzo de 1982. Más de uno, con tan simple antecedente, intentaría sacar chapa de resistencia a la dictadura. Claro que, en rigor de
verdad, cuando los alumnos del cuarto año, turno tarde, del Instituto Cervantes
de Florida, decidimos sumarnos al paro convocado por la CGT, más que
elucubraciones sindicales o políticas resultó determinante, en la asamblea
improvisada en la puerta del colegio, que pintaba la excusa justa para una
“rateada” colectiva.
De aquel paro
del 82 a este del 20 de Noviembre de 2012 han pasado treinta años, tres décadas
que imponen una sencilla reflexión: tengo 46 años, estoy a días de cumplir 47 y
sé que sólo el piso detiene la caída del cabello. Les advertí que era una
reflexión sencilla. ¿Qué esperaban? ¿Platón, Aristóteles, Onassis?
Bromas al
margen, el contexto de este paro convocado por la CGT y la CTA opositoras me
mueve a dudas. Dejemos a un lado las razones políticas y sindicales para
convocar y/o adherir al paro nacional, que son siempre opinables. Enfoquémonos
en lo que no debe ser materia opinable, esto es: el derecho de cada quien a
decidir si participa o no de la huelga.
Detesto la
prepotencia, porque todo aquello en lo que yo creo se funda en el derecho al libre albedrío. Consecuentemente quiero manifestar mi rechazo a cualquier
medida de fuerza que implique intimidación. No avalo cortes de rutas, tampoco
bloqueos a supermercados y shoppings donde los empleados de comercio no
adhieran al paro. El 13-S y el 8-N demostraron que es posible protestar en
forma masiva y civilizada, sin obligar a la participación de nadie.
Hugo Moyano y
Pablo Micheli deberían entender que su mandato sindical no los libra de la responsabilidad cívica. En una sociedad crispada
adrede, donde los ánimos están largamente caldeados por la política oficial, arriesgar
situaciones que pueden derivar en violencia es hacerle el juego al kirchnerismo.
Ariel Corbat, La Pluma de la Derecha.
Estado Libre Asociado de Vicente López