Este es el año de la decisión. Naturalmente toda la actividad política gira en torno de definir el rumbo del país para el próximo período presidencial. Así, el 2011 nos reclama participación política, que en mi caso incluye cierta militancia dentro del Movimiento Libertad Querida!, también conocido como el "Tea Party argentino". Confieso que no me gusta ninguna de las dos denominaciones, aunque acepto que lo del Tea Party sirve al efecto de dar una rápida visión del factor de presión que el movimiento de ideas liberales intenta ser. En cualquier caso la inciativa lanzada por Eduardo Marty es un comienzo, un ámbito donde promover el debate de cara a la acción. Al mismo tiempo asumo que mi rol entre los liberales no es servir de eco a la monotonía, sino decir algunas cosas que no se quieren oír. Estamos en la hora de tomar partido y buscar marcar una diferencia, y en esta hora los purismos intelectuales destinados a dejar un testimonio de santidad ideológica vienen sobrando por ser absolutamente inútiles.
En lo personal, me había propuesto iniciar el año definiendo el candidato que voy a votar para la Presidencia. Y ya lo he decidido.
La razón de mi decisión parte de contemplar que, bajo el kirchnerismo, el deterioro de las instituciones republicanas se ha dado tanto por la vía de lo grotesco como de lo sutil. A muchos liberales el peronismo les repugna visceralemente, no tengo ese sentimiento de repugnancia. Emocionalmente admito que, allá lejos en el tiempo, a hombros de mi padre cantamos la marcha peronista para el saludo de Perón frente a la residencia de la calle Gaspar Campos. Mi viejo era peroncho. No obstante eso, siempre sostuve que el peronismo por su carácter movimientista es ideológicamente caótico, de un tipo de caos donde los gatos aprenden a caer parados y la apetencia de poder termina marcando el rumbo de su dirigencia. Por eso mismo creo que es blindado a las infiltraciones ideológicas. Los marxistas, que hicieron del entrismo una constante y lo siguen intentando, creen que pueden llegar a las masas obreras infiltrando el peronismo, pero la vacuna contra el comunismo de Perón inmunizó no sólo a su movimiento sino a todo el país. Los que empujan el peronismo hacia la izquierda tienen ese límite que en cuanto lo rozan los pone en ridículo. No menos ridículo fue el sentimiento de victoria que desarticuló a la UCEDE cuando la conducción partidaria, que -salvo honrosas excepciones- marcadamente reducía el liberalismo a ciertos aspectos económicos, se encandiló con el corto plazo del menemismo. Fue en tales circunstancias que tempranamente me desafilié de la UCEDE entendiendo que el liberalismo era, más que privatizaciones, otra cosa vinculada a la transparencia y los valores republicanos.
El peronismo tiene una historia que le da identidad en sus contradicciones; aunque reconozca influencias nunca será lo suficientemente marxista o liberal para dejar de ser lo que es, eso que para bien y para mal todos conocemos. La historia de su identidad tiende al revuelto y como movimiento de corrientes contradictorias se agitará siempre conservando la característica incorregible que le da su envidiable ambición de poder. Envidiable, sí. Porque un partido político sin políticos ambiciosos se torna un club de pedantes testimoniales, un sello de goma para el regocijo masturbatorio de la ética impoluta. Los peronistas, a diferencia de los radicales, no le temen al poder, lo desean, lo aman, lo saben objetivo irrenunciable de la política.
En la caída del alfonsinismo, después de derrotar a la renovación cafierista, el menemismo experimentó eligiendo rumbo, luego del frustrante paso de la Alianza y al borde del abismo, el duhaldismo salió al cruce de la tormenta, y ya en aguas relativamente serenas el kirchnerismo volvió a virar el timón. Obsérvese y subráyese que las facciones peronistas tomaron las riendas del poder para ir en determinada dirección, y eso es elogiable en los tres casos. Los radicales nunca encuentran el horizonte y sin brújula se desdibujan queriendo encontrar el camino pero temerosos de agarrar el timón. Ese querer el poder, tan propio del peronismo, es la razón por la cual todo ensayo político que se le acerca termina fagocitado, y los ejemplos abundan sin importar de qué lugar del espectro ideológico provengan. Para el hambre insaciable del peronismo lo mismo dio alimentarse del PI, de la UCEDE o del MODIN, todo suma, todo lo incorpora, lo acomoda, lo digiere y lo transforma, a veces hasta expulsarlo en las últimas y escatológicas consecuencias.
Como liberal cuestiono la estupidez de algunos liberales que fantasean con utopías anarquistas, y lo estrecho de otros que pecando de suficiencia desprecian tanto lo estatal que olvidan las limitaciones del mercado y su imposibilidad de tomar determinadas decisiones. También critico a los liberales que dan por supuesto un mundo globalizado, propugnando en consecuencia una suerte de cultura universal a la que hay que adherir con personalidad amorfa; no me opongo a la globalización pero mimetizarse no es el camino para que un país pueda ser exitoso en ella, el mercado global premia la identidad cultural porque la cultura no es universal, la cultura es un campo de batalla permanente donde todo lo que se subordina a modelos o paradigmas impuestos por culturas dominantes sencillamente desaparece. Para sacar provecho económico, social y político de la globalización es imprescindible fortalecer nuestra identidad cultural.
Claro que yo no soy cualquier liberal, soy un liberal de derecha, lo que hace que -por ejemplo- no pueda ni quiera olvidar que parte del territorio se encuentra usurpado por una potencia extranjera, y la soberanía no es un asunto dependiente de la mano invisible de la economía libre o de la buena voluntad de las naciones. El enemigo es enemigo. Las Malvinas no van a ser recuperadas por un súbito ataque de honradez y deseo de reparación histórica de parte de los británicos.
De momento, y remarco esta situación momentánea, no existe un partido político que dentro del liberalismo contenga con real vocación de poder a la corriente liberal, ni es posible darle entidad antes de las presidenciales de octubre. Aspiro que de algún sector del Movimiento Libertad Querida! surja ese partido como una herramienta destinada a disputar espacios reales de poder, pero ahora, ante la realidad y la responsabilidad de la hora, los liberales debemos plantearnos un voto significante.
En mi opinión personal, el kirchnerismo, con su lógica maniquea de ver subordinados o enemigos, ha erosionado de tal manera la institucionalidad republicana que la gobernabilidad sólo puede ser garantizada por el propio peronismo. Tengo la íntima convicción que el kirchnerismo, que en lo internacional no condena a la dictadura castrista y coquetea con la demagogia chavista, ambiciona en lo interno convertirse en el único garante de la gobernabilidad, tanto por el sistemático desprecio de las formas republicanas que con impunidad reflejan los, apañados y festejados, grotescos modos de Guillermo Moreno -presente también en la descalificación permanente que luce la verborragia de los ministros-, como por la algo más sutil, aunque no menos evidente, acumulación de poder del sindicalismo dirigido por Hugo Moyano y el uso arbitrario de los recursos del Estado. Todo ello en un contexto de rechazo a la mínima posibilidad de buscar consensuar políticas con la oposición y de maltrato amenazante sobre el Vicepresidente Julio Cobos.
El kirchnerismo entiende que diálogo es debilidad y que toda negociación política se define por victoria o derrota. Sabe, además, y de ahí su desesperación por ganar, que los dirigentes peronistas tienden a alinearse detrás del ganador, lo cual se comprueba facilmente repasando la larga lista de los que sucesivamente fueron cafieristas, menemistas, duhaldistas y kirchneristas; siempre de la primera hora.
Pero, por ese contener corrientes encontradas, lograr hegemonía dentro del peronismo es una tarea improbable. Eso hace que siendo parte del problema, necesariamente el movimiento peronista sea también parte de la solución. Todo lo que se decide en octubre es si tendremos 4 años más de soberbia autista bajo la invocación de San Néstor, o si otra corriente peronista es capaz de ponerle un alto y modificar el rumbo volviendo a poner la mano en el timón. Experiencias pasadas, todavía muy frescas en la memoria, y el presente de la UCR, desestiman que pueda darles mi voto a los postulantes radicales.
Obviamente, voy a votar a Eduardo Duhalde para la Presidencia. Va a ser un voto liberal, ajeno al peronismo y sin intenciones de acercarse al peronismo, más aún, con la intención de construir una alternativa desde el movimiento liberal que alguna vez le dispute el poder al peronismo.
Duhalde no es liberal, pero representa dentro del peronismo una corriente que si acaso no es proclive a las ideas liberales no las rechaza de plano porque entiende a la política como diálogo y consensos. No observo en Duhalde la intención de humillar a ningún sector del quehacer nacional y eso por sí solo ya marca una diferencia sustancial, un indicio de alguien que ha realizado una introspección autocrítica respecto de aciertos y errores sobre su experiencia política. Por otra parte, aquí nadie orina agua bendita.
A través de este blog, en la nota del 19 de Noviembre del 2009 "Reflexiones en mitad del período ", decía lo siguente:
"En mi conciencia de ciudadano tengo claro a quienes no voy a votar, y como seguramente les pasa a tantos otros, siento la imperiosa necesidad de contar pronto con, al menos, la esperanza de una propuesta y un candidato. No aspiro a identificarme 100% con un programa de gobierno, estoy dispuesto a resignar mucho, pero mi voto exige un mínimo de sentido republicano, de ética democrática, de voluntad de diálogo y consenso, de patriotismo, de previsibilidad; de todo aquello que sin prisa ni pausa el kirchnerismo, con Kunkel, Moreno, D'Elia, el felpudismo de Scioli y las candidaturas testimoniales, entre otros mil y un inventos, piensa seguir destruyendo".
Hoy, ratificando esas palabras, quiero instar a los liberales, especialmente a los republicanos de derecha (todavía faltos de partido), a pensar el voto de la elección presidencial sobre la disyuntiva "Kirchnerismo o República". Creo que nadie podrá objetar que eso, tan sencillamente, es lo que está en juego este 2011. Y atento a ello estoy convencido que, entre la oferta electoral, Eduardo Duhalde destaca como el candidato posible para una elección que se proyecta reñida y donde nuestros votos tendrán valor si dejando de lado pruritos y prejuicios evitamos la dispersión.
Ariel Corbat, La Pluma de la Derecha
Estado Libre Asociado de Vicente López