sábado, 10 de septiembre de 2011

LA IMPORTANCIA DE SER UN SARMIENTO


En la contratapa de Página/12 del día 07 de Setiembre de 2011, se publicó un artículo de Doña María Moreno titulado “En diminutivo". Se trata de una verdadera joya, un ejemplo perfecto de alguien que escribe chiquito y con mala leche.

Sin explicar a cuento de qué, pero en sintonía con el falseamiento de la historia que pretende imponer el kirchnerismo, la Doña María M. en cuestión acusa a Domingo Faustino Sarmiento de haber sido filicida. Filicida, ni más ni menos.

Sostiene Doña María que obrando como un padre omnipresente y vigilante Sarmiento hizo que su hijo, Domingo Fidel, cargara desde niño con un legado tan aplastante que lo arruinó, al punto que ya entrado en su juventud buscó y obtuvo la muerte para librarse de tales condicionamientos paternos.

Con ese planteo de psicología berreta y mal digerida, Ñá María retrata a Domingo Fidel Sarmiento como una marioneta de madera, -“suerte de Pinocho para la Nación”, dice textualmente- colgando inerme, sin impulso ni voluntad propia, de los hilos digitados por su padre.

Parece dolerle a María, quien no se muestra capaz de comprender los contextos históricos (por caso la imposibilidad de una mujer casada de reconocer un amante si es que Domingo Fidel fue hijo natural de su padre adoptivo), que ese chico haya hecho suyo el apellido Sarmiento, y que acaso –hermosa palabra la palabra “acaso”- haya sido “Sarmiento” lo primero que escribió uniendo letras, para pasar así a ser el Domingo chico, Dominguito según el diminutivo cariñoso con el que se le recuerda. Pero aún más parece dolerle a Mary, que escribe en este 2011 tan lejano de aquellos años, que Dominguito firmara como Junior haciendo alarde de su identidad y honrando a su padre.

Resulta terrible para M.M. que un padre se preocupe por su hijo y lo mantenga encarrilado; se me ocurre (sólo es una ocurrencia mía) que sea acaso –hermosa palabra la palabra “acaso”- porque querrá reivindicar para la fábula actual la “rebeldía” de ciertos estúpidos imberbes que abandonados por sus padres, o no enderezados por ellos, se volvieron contra la sociedad con el mismo afán de venganza del parricida. Por cierto, ¿será por eso que el parricida ocupó el lugar de los hijos desaparecidos?

Pero además, y lo más grave, M. miente. El Capitán Domingo Fidel Sarmiento, voluntario en la Guerra del Paraguay, no se escribía desde el frente con su padre, entonces Embajador en los Estados Unidos, sino con su madre, la argentina Benita Martínez Pastoriza de Sarmiento, y el 21 de Setiembre de 1866 lo hizo en estos términos:

 “Querida vieja:

La guerra es un juego de azar. Puede la fortuna sonreír, como abandonar al que se expone al plomo enemigo.

Si las visiones que nadie llama y que ellas solas vienen a adormecer las curas fatigas, dan la seguridad de vida en el porvenir que ellas pintan; si halagadores presentimientos que atraen para más adelante; si la ambición de un destino brillante que yo me forjo, son bastantes para dar tranquilidad al ánimo, serenado por la santa misión de defender a su patria, yo tengo fe en mí, fe firme y perfecta en mi camino. ¿Qué es la fe? No puedo explicármelo, pero me basta.

Más si lo que tengo por presentimientos son ilusiones destinadas a desvanecerse ante la metralla de Curupaití o de Humaitá, no sientas mi pérdida hasta el punto de sucumbir bajo la pesadumbre del dolor. Morir por su Patria es vivir, es dar a nuestro nombre un brillo que nada borrará; y nunca jamás fue más digna la mujer que cuando con estoica resignación envía a las batallas al hijo de sus entrañas.

Las madres argentinas trasmitirán a las generaciones el legado de la abnegación y el sacrificio.

Pero dejemos aquí estas líneas que un exceso de cariño me hace suponer ser letras póstumas que te dirijo”.

En esa misma hoja, hizo horas después el siguiente agregado:

Septiembre de 1866

Son las diez. Las balas de grueso calibre estallan sobre el batallón. Salud mi madre!”.

Mostrar al autor de esas líneas como un Pinocho es ofensivo a su memoria, pretenderlo suicida es jactarse de la propia ignorancia. Dominguito Sarmiento, a mucha honra el diminutivo y el apellido, tenía convicciones y un proyecto de vida. 

Para el comienzo de la guerra el poder estaba en manos de la llamada Generación del 37, con los que el país empezaba a consolidarse como Estado y a proyectarse institucionalmente hacia el futuro. En esa concepción republicana se iban formando los jóvenes que sirviendo de recambio darían cuerpo a la Generación del 80. Domingo Fidel Sarmiento, nacido en Santiago de Chile el 17 de abril de 1845, era parte de esa promesa argentina. Estudiante de Derecho, escritor, tenía las condiciones intelectuales, el carisma y la ambición necesaria para aspirar a ocupar puestos de relevancia en la carrera política. Ese impulso le venía heredado de su padre adoptivo, Domingo Faustino Sarmiento; era la contracara del sueño de aquel por verse superado, tanto en lo personal como en lo generacional, que es decir ver a la Patria florecer.

Mientras que algunos nombres pasan opacos por la vida y se apagan pronto sin dejar  huella, otros brillan por siempre, y en tanto siga existiendo la Nación Argentina honraremos con orgullo la memoria del Capitán Domingo Fidel Sarmiento, Héroe Nacional en la Guerra del Paraguay. DOMINGUITO, en mayúsculas y por mérito propio.

PD: He solicitado a Ernesto Tiffenberg, Director Periodístico de Página/12, la publicación en el diario del presente artículo. Veremos si tengo alguna respuesta.

Ariel Corbat, La Pluma de la Derecha
Estado Libre Asociado de Vicente López

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