Una de los rasgos salientes del kirchnerismo es su sistemático desprecio por la verdad histórica. Desde el momento en que Néstor Kirchner llegó a la Presidencia se hizo evidente el empeñó por oficializar una historia licuada de la República Argentina, apelando a la memoria para imponer el olvido. La versión kirchnerista de la historia obedece a una razón corrupta y corruptora, porque su pretensión de aparentar estar motorizando la refundación de la Patria es en esencia el mismo artilugio al que recurre todo ilusionista: distracción para ocultar el movimiento de las manos.
Envuelto en la bandera de los derechos humanos, utilizada como escudo de impunidad, el kirchnerismo promueve un relato adrede provocativo e irritante de la historia argentina. Así los personajes históricos, al sólo juicio de la conveniencia política -que ni siquiera es un cristal ideológico- son declarados buenos o malos sin medias tintas, superficialmente, sin comprensión de sus circunstancias en el contexto de la época; y para eso necesita borrar la parte de la historia que acarrea cuestionamientos al guión, elegirse las víctimas tanto como los victimarios.
Cuando Néstor Kirchner, en su rol de Comandante en Jefe de las Fuerzas Armadas, le ordenó a un triste generalito con vocación de ordenanza realizar la parodia de trepar al banquito y en una escena patética descolgar el cuadro de Videla, estaba diciendo que la historia se puede negar, cercenar las partes específicamente seleccionadas. Pero a la postre no resulta, de hecho el propio Videla lo había intentado antes.
Con igual mendacidad discursiva, la Presidente Cristina Fernández
dijo el 9 de Junio de 2011 que recordaba los fusilamientos de 1956 "porque es bueno recordarlo, sin rencores, sin reproches, simplemente recordar para que estas cosas no vuelvan a ocurrir nunca más, como yo creo que nunca más van a volver a ocurrir en nuestro país". Y seguidamente añadió: "Pese a que los 200 años de historia estuvieron signados por episodios violentos. Yo tengo en mi despacho allí, la figura del primer fusilado en la Argentina que fue el Coronel Dorrego, lo tengo también en un busto, que es el, junto a Belgrano, que ingresa a mi despacho. Porque muchas veces yo creo que se toma la historia con beneficio de inventario, toman la parte que conviene y la otra no".
Estas expresiones de la Presidente Fernández ameritan ser comentadas. Para iniciar, Dorrego no fue el primer fusilado en la República Argentina. Entre las notas que el Dr. Valentín Alsina envió a Domingo Faustino Sarmiento con observaciones al Facundo, da cuenta que además de las ejecuciones de Liniers y compañía en agosto de 1810, "en 1815 se fusiló injusta e ilegalmente al extranjero pero patriota Payardel. En 1818, se fusiló, previo juicio, a dos franceses, Robert y Lagresse. En 1823, a un conspirador y a un revolucionario a mano armada (García y Peralta), también previo juicio público por los tribunales ordinarios".
Al calificar la Presidente Fernández al "
desgraciado Manuel Dorrego" como el primer fusilado no solamente falta a la verdad histórica, sino que hace de la muerte de Dorrego la misma utilización política que hizo Don Juan Manuel de Rosas. Así resulta chocante escucharla decir que recuerda "sin rencores", pues a la luz de eventos de reciente factura queda claro que el odio, ese mismo del que se jacta Luis D'Elía, es el carro que el kirchnerismo coloca delante de los caballos. Veamos los hechos.
El fallecimiento del Contraalmirante Don Carlos Hugo Robacio, Comandante del más que bravo Batallón de Infantería de Marina 5 durante la Guerra de Malvinas, no mereció por parte del Gobierno Nacional ninguna demostración pública de respeto, por no hablar de afecto que es algo que no puede exigirse. La Comandante en Jefe de nuestras Fuerzas Armadas no dedicó ni medio minuto de su tiempo a honrar de cara al pueblo a este digno oficial, guerrero amado por los hombres que combatieron bajo su mando y admirado hasta por el enemigo inglés, quien llevaba en su pecho, entre otras condecoraciones las de "La Nación Argentina al valor en combate" y del Honorable Congreso de la Nación "A los combatientes de Malvinas". La memoria de Robacio, y el coraje de quienes combatieron a sus órdenes, merecían algo más que las tardías y distantes palabras del Ministro de Defensa.
Palabras bien escasas, las de Arturo Puricelli, que desmienten la jactancia presidencial de no tomar la historia con beneficio de inventario, pues surgieron en el contexto de haber sancionado con 30 días de arresto al Jefe del Regimiento 25 por recordar que esa unidad de combate tuvo por Jefe durante la Guerra de Malvinas a
Mohamed Alí Seineldín, una exaltación de lo hecho en combate que para la chatura del Ministro "
no debía dejarse pasar". Es como si al recordar a los granaderos que combatieron por la Independencia no se pudiera nombrar a Lavalle por ser responsable del fusilamiento de Dorrego. Del mismo modo que el crimen de Dorrego -que hasta el propio Lavale reconoció como tal- no borra la gratitud que el pueblo argentino debe a Lavalle como guerrero de la independencia (la mejor de nuestras espadas), los desatinos sangrientos de Seineldín no deben impedirnos reconocerle su valor y buen desempeño en Malvinas, lo que implica aceptar que para toda unidad que entró en batalla el Jefe que bien los condujo sobre el campo del honor es tomado como guía espiritual por los que le siguen. Eso es el poder de la historia.
Y entonces llega la frutilla del postre, el colmo de la estupidez imberbe cruzando el límite de mi tolerancia. Causa asco el Concejo Deliberante de General Pueyrredón, presidido por Marcelo Artime, cuando retira el retrato del Capitán Pedro Edgardo Giachino -el primer soldado en ofrendar su vida por la Patria durante la Guerra de Malvinas- por su supuesta actuación en los años de plomo. Aún si fuera el más despiadado de los represores, el hombre hizo a la Patria el mayor obsequio que es inmolarse por ella (por la Patria toda en una causa nacional, no por una facción de luchas intestinas), pero el carro puesto delante de los caballos pretende que se lo borre. Y en todo caso deberían quitar de ese mismo recinto el retrato de todos los desaparecidos vinculados con organizaciones terroristas, porque si el país se desangró no fue por un sólo tajo.
Uno se subleva frente a tanta afrenta, tantas veces dejada pasar en pos de una supuesta paz a la que ellos se empeñan en no llegar jamás, entonces ¿qué hacer con esa indignación?, pues lo que más les duele: votar para que se vayan, y que se acabe la historieta esa de hacer negociados alevosos con los derechos humanos despilfarrando los dineros públicos que requiere con urgencia la justicia del hoy.
Lo digo con toda las letras, lo repito en rigor de verdad, porque no sirve rasgarse las vestiduras sin hacer algo que realmente sirva para ponerles fin: yo voto DUHALDE - DAS NEVES.
Ariel Corbat, La Pluma de la Derecha
http://www.plumaderecha.blogspot.com
Estado Libre Asociado de Vicente López