En todo orden democrático resulta inadmisible una asonada policial como la que recientemente conmocionó a Ecuador. No puede haber más que repudio para la barbarie de cualquier protesta desmadrada que ponga en riesgo la institucionalidad republicana en cualquier país civilizado, o con pretensiones y posibilidades de serlo.
Para quienes somos de derecha la anarquía es inaceptable, porque en el tumulto se acallan las voces sensatas y cobran fuerza los violentos que sirviéndose del caos disfrazan de "revolución" sus apetencias de poder eterno. El nefasto club de los dictadores que preside Fidel Castro, secundado por Kim Jong-il, Robert Mugabe, Than Shwe y otros execrables muchachos de la misma materia constitutiva, debe ser reducido hasta su extinción. Por ende, es un imperativo de la razón evitar, pragmática y filosoficamente, situaciones de las que pueda surgir otro afiliado a la sociedad de los tiranos.
Habrá que prestar atención al giro que puedan ir tomando los acontecimientos. Porque más allá de mi solidaridad momentánea con el Gobierno de Rafael Correa, aliado del demagogo venezolano Hugo Chávez y el marxista leninista Evo Morales, la crisis revela cierta incapacidad de gestión frente a conflictos sectoriales. Quizá se haya tratado de un intento de golpe de Estado, como aseguró el Canciller argentino Héctor Timerman; pero si fue así se trata del más desorganizado plan que jamás se haya visto.
Hasta en aquella muy cómica película protagonizada por el gran Ugo Tognazzi "Queremos a los coroneles" (Vogliamo i colonnelli - 1973), el conjunto de impresentables que buscaba hacerse del gobierno en Italia tenía un detallado plan que poner en práctica. En Ecuador, como en una película de clase B con pobre guión y muy bajo presupuesto, sobre la efervescencia de la protesta no se hizo notar el ofrecimiento de ningún liderazgo alternativo, no se escuchó ninguna proclama, ni se agitó otra bandera que la del reclamo sectorial. Poca cosa para tumbar adrede un gobierno.
Tan poca cosa que la sobreactuación de gestos heroicos por parte del Presidente Correa suena a videoclip con música de Patricio Rey y sus redonditos de ricota: "Ensayo general para la farsa actual / teatro antidisturbios". Su personaje, aquel "muñeco" del que hablaban Olmedo y Portales cuando se ponían en la piel de Borges y Álvarez, entró al ojo de la tormenta subrayando -muleta mediante- la disminución física propia de la convalecencia y su disposición al sacrificio. Tal disposición al sacrificio, que dos veces, una inmediatamente al bajar de la camioneta y otra al hablar desde la ventana del hospital, representó el mismo cuadro aflojándose la corbata y abriéndose la camisa para decir su frase con destino a los libros de historia escolar:
- ¿Quieren matar al Presidente? ¡Aquí está! ¡Mátenlo si quieren!
Un parlamento absolutamente teatral y dramático. Sorprendentemente la mímica es demasiado semejante en ambas ocasiones, como si estuviera ensayado frente al espejo con anterioridad anhelando la construcción de su propia epopeya.
Acaso por el placer de aquella jactancia de los intelectuales voy a permitirme un margen de duda ante la versión oficial. Un presidente democrático debe obrar siempre como estadista, y ante la responsabilidad que le impone su investidura la exhibición de coraje por el coraje mismo no es virtud.
Ariel Corbat, La Pluma de la Derecha
Estado Libre Asociado de Vicente López
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