sábado, 13 de marzo de 2010

ANACRONÍAS, EL DESAFÍO DEL PATRIOTISMO AMERICANO


Especial para UNOAMERICA, Unión de Organizaciones Democráticas de América:

ANACRONÍAS, EL DESAFÍO DEL PATRIOTISMO AMERICANO
por Ariel Corbat.


En la enorme extensión del continente americano la historia ha forjado, entre yerros y aciertos, una tendencia hacia la democracia que aunque todavía lejos de consolidarse cuenta para imponerse definitivamente con los dictados de la razón. Podrá argumentarse que el raciocinio no basta por sí solo para doblegar los arraigados vicios el autoritarismo, y que en el mundo real las relaciones de poder ocurren por la voluntad dominante de los fuertes dispuestos a salvaguardar sus privilegios eternizando las causas que hacen débiles a los oprimidos; los que muchas veces adquieren como propio el pensamiento que los somete, incluso invirtiendo el signo bajo la forma de falsas rebeldías. Así la única alternativa sería cambiar un sometimiento por otro. Sin embargo esa perversa visión conflictiva de la historia en algún punto se agota, porque el ser humano, sin dejar de lado sus pasiones, es esencialmente un ser pensante. Tarde o temprano se comprende que toda victoria enraizada en esa dinámica de la lucha por la dominación implica costos pírricos y el agobio de vislumbrar un nuevo enfrentamiento.

Romper esa trampa es ir del péndulo a la rueda, canalizar las energías sociales de tal modo que el movimiento sirva al progreso y no a la constante oscilación sobre el punto muerto. Ir hacia el progreso es procurar alcanzar ese futuro que proyectan los avances científicos y tecnológicos para un mejor nivel de vida. No en el discurso, ni en la idea, sino en la concreta materia de lo cotidiano, en esas cosas de todos los días que no hacen ruido ni se prestan al tumulto de la demagogia. Y ninguna sociedad puede ordenarse en pos de tal objetivo cultivando odios, dejando para el descarte a una parte de sí en el camino o confinándola al medioevo. La sensibilidad no es ajena a la razón, los viejos ideales de Libertad, Igualdad y Fraternidad anidan tanto en el corazón del buen ciudadano como en el frío cálculo de la conveniencia. Se vive mejor al cobijo de esos ideales. Fueron esos ideales los que rondaban al movimiento independentista que desde hace más de doscientos años busca hacer Patria de lo que fueron colonias. Son esos ideales los que tienden a dar satisfacción al deseo –acaso universal- de Juan Jacobo Rousseau, quien si hubiera podido elegir el lugar de su nacimiento “habría querido vivir y morir libre, es decir sometido a las leyes, de manera tal que ni yo ni persona alguna pudiera sacudir su honorable yugo, ese yugo saludable y dulce que las cabezas más orgullosas soportan tanto más dócilmente, al estar hechas para no soportar ningún otro”.

El patriotismo, en su más elevada expresión, es el sometimiento a la ley en los duros términos de Sócrates, legado a nosotros por Platón en el diálogo “Critón”. Así, la Patria es más digna de respeto que la madre, el padre, y los antepasados todos, y más venerable, sagrada y considerada tanto entre los dioses como entre los hombres sensatos, por lo que hay que adorarla, persuadirla o hacer lo que mande, y sufrir de buen talante lo que ordene sufrir, tanto si se trata de recibir golpes o de aguantar cadenas como si nos conduce a la guerra a correr el riesgo de ser heridos o muertos.

El patriota es pues, necesariamente, un individuo con conciencia de pertenecer a un contexto social, y que refleja su dignidad en la de los demás. Ningún sistema político ha demostrado acercarse más a ese ideal que la democracia republicana y liberal, por lo tanto, en este punto de la evolución política del continente americano, no hay manera de desvincular la idea de Patria del ejercicio pleno de la democracia.

Siguiendo esta corriente de pensamiento, va de suyo que la tan declamada y poco efectiva hermandad continental, que supone la idea de una Patria Grande capaz de albergar, respetar y cobijar las identidades nacionales de América toda, debería implicar una voluntad realmente comprometida con la democracia y la completa integridad del suelo americano. Ciertamente es una voluntad utópica, entre otras razones por el sentido restringido que los Estados Unidos, independientes desde 1776, le imprimieron a su relación con el resto de América. Históricamente, fronteras afuera los Estados Unidos se limitaron a defender sus inmediatos intereses comerciales y desde esa falta de visión, que refleja en la potencia un mezquino entendimiento del mundo, atentó contra el liderazgo que le reconocían (naturalmente y en la medida del respeto mutuo) muchos de los patriotas de la independencia y organización americana que veían en la Constitución estadounidense el modelo a seguir por sus respectivos países.

Razones religiosas, culturales y políticas formaron la idiosincrasia de la América hispana arraigando valores y costumbres que mejor amoldaban sobre formatos paternalistas o caudillescos que sobre los preceptos democráticos, sin embargo el paradigma siempre estuvo ahí, postergado, esperando maduración y acaso sirviendo de circunstancial justificación para proyectos autoritarios que no han desaparecido.

Ejemplifican el retardo en la evolución americana dos situaciones anacrónicas que lesionan profundamente la dignidad del continente. Curiosamente ambas ocurren en territorio insular, una entre las cálidas aguas del Caribe y la otra entre el frío oleaje del Atlántico Sur. Ningún patriota americano puede sentirse ajeno frente a estos desfasajes históricos que deben resolverse para bien y posibilidad de la Patria Grande.

En Cuba, la dictadura rancia de los hermanos Castro -satélite de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas durante la guerra fría y foco de infección guerrillera sobre América Latina- acumula más de cincuenta años cercenando libertades. Mientras el difundido marketing de la estupidez pretende hacer pasar al decrépito Fidel Castro por un querible anciano que representa “la historia” y al criminal Ernesto Guevara por ícono del “idealismo”, en la dura realidad de la Isla se vive la opresión del Estado totalitario, con el culto a la personalidad y el constante adoctrinamiento en las “verdades” del comunismo.

En Malvinas, una potencia europea monárquica y colonialista mantiene el enclave militar en supuesta defensa de población usurpadora que fue implantada por la vocación imperialista del S. XIX.

Estos anacronismos insulares, en apariencia distintos, persisten por una misma causa: la falta de compromiso de los gobiernos continentales para fortalecer y hacer prevalecer los intereses comunes por sobre las coyunturas políticas y el beneficio inmediato. Los países americanos, y el Brasil en su pujanza no debería ignorarlo, no lograrán ser un actor global y tener voz que trasmita autoridad, hasta tanto no logremos que la democracia, con su fondo y en sus formas, se imponga en todo el territorio. Hoy, América es un concierto de voces discordantes, un colorido paisaje de pensamientos exóticos y conductas hondamente arraigadas en resabios del pasado, capaz de incoherencias tales como tolerar la tiranía de los hermanos Castro y negarle la mano al gobierno de Porfirio Lobo, salida democrática que el pueblo de Honduras encontró a la crisis desatada por el ex Presidente Zelaya (ahora llevado por Chávez al Consejo Político de Petrocaribe) cuando se encaprichó con violentar la Constitución.

El caudillo demagógico de Venezuela, personaje sin duda divertido para quien vive lejos de sus delirios, tanto como el indigenista marxista leninista (según su propia definición) Evo Morales, (una curiosidad antropológica para el ojo europeo tan afecto a los Regis Debray) tienen como guía de sus acciones el modelo castrista. Ambos –y no hay que olvidar esto- deben su llegada al poder a la lógica del sometimiento, según la cual el sometido busca someter (aunque resulte nuevamente sometido). Existe Chávez porque la democracia venezolana se corrompió en el autismo de su dirigencia política, y existe Morales porque la clase dominante de Bolivia hizo del desprecio al otro una cultura. Quien crea que un marxista leninista puede ser democrático se equivoca, y es menester subrayar que plebiscitar no es lo mismo que votar. En la democracia se vota y se respetan las voces minoritarias reconociendo derechos y garantías que hacen a la dignidad del ser humano.

Pero así como existe la infección, también circula el antídoto. En Colombia, el Poder Judicial ha dictaminado que el Presidente Álvaro Uribe no puede presentarse por un nuevo período. La reelección parece ser una fiebre que se desata en muchos presidentes. Quienes nos sentimos amigos del Gobierno de Colombia veníamos instando al Dr. Uribe a renunciar a toda pretensión de forzar un tercer mandato, y aunque hubiésemos preferido un renunciamiento anterior a la instancia judicial, sentimos tranquilidad –sentimiento poco usual en estas tierras- ante el inmediato acatamiento al fallo y sus expresiones de subordinación a la ley. Parece que la ley y los fallos de la Justicia son algo que nuestros presidentes sienten que pueden ignorar, lo ha dicho recientemente la Presidente Cristina Fernández de Kirchner frente a la discusión por el uso de reservas del Banco Central de la República Argentina para el pago de la deuda externa, y quizá en esa sensación de quedar por encima de la ley deba entenderse la solidaridad de los presidentes que respaldaron a Zelaya durante la crisis de Honduras.

La voz de esta América no tiene profundidad, carece de vibrato, porque es apenas un graznido para la tribuna que suena falsete desde que su compromiso con la democracia no va más allá de la piel. No es América un todo democrático, y esa falta de autoridad permite, tanto la subsistencia de la tiranía castrista en Cuba, como que el invasor británico actúe con ánimo de conquista en Malvinas, explorando ya las riquezas del territorio usurpado que se dispone a explotar.

Por la pasión en sangre sueño con ver a los ingleses otra vez de cara al suelo, rendidos como en aquel 2 de Abril, pero se ha acrecentado tanto la brecha tecnológica entre la fuerza enemiga y la debilitada fuerza propia que ya no alcanza con el valor para dar el salto. La razón observa entonces la cruda realidad, que Argentina por sí sola no podrá recuperar las Islas Malvinas, necesita de América, una América unida y en democracia, que no tolere bajo su cielo ni dictaduras ni usurpadores.


Ariel Corbat, La Pluma de la Derecha
http://www.plumaderecha.blogspot.com/
Estado Libre Asociado de Vicente López

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