Al libro de tapa negra, apropiadamente enlutado, con el apellido del comandante enemigo estampado en mayúsculas que traslucen algo como un paredón y en rojo sangriento el logo de la Orga, lo tuve en mis manos a poco de salir a la venta; pero lo devolví al estante mezclando sensaciones. El hartazgo y el fastidio se parecen aunque no son sinónimos, la refritada cantinela sobre los 70 me provoca ambas cosas. De todas formas sabía que iba a terminar leyéndolo. Mi biblioteca, para el estante en que abundan libros sobre la época, ya lo estaba reclamando.
Hace poco alguien de mi estima me recomendó su lectura. "Ayuda a entender", escribió en un mail. Acaso, y vaya que es una hermosa palabra la palabra "acaso", necesitaba esa excusa para vencer el rechazo y comprar el libro.
Felipe Celesia - Pablo Waisberg
FIRMENICH
La historia jamás contada del jefe montonero.
AGUILAR
Felipe Celesia y Pablo Waisberg han escrito un libro sin dudas indispensable. De entrada pueden atribuirse el mérito de ser los primeros en publicar una biografía sobre el líder montonero, meta que otros intentaron alcanzar sin éxito.
Según mi lectura, el resultado es una biografía bastante particular, porque trabajada con pulcritud desde lo metodológico se alcanza a percibir, a la par del esfuerzo puesto en recopilar datos, cierta dificultad para atrapar al protagonista.
En ese sentido intuyo alguna insatisfacción por parte de los autores, que no en forma gratuita citan palabras del escritor Manuel Vázquez Montalbán (puestas en la novela "Quinteto de Buenos Aires" donde alude a Firmenich a través de un personaje llamado "Girmenich"), describiendo que a su alrededor se produce "una mezcla de alejamiento y cercanía". Firmenich sigue siendo un tipo escurridizo, por eso, a diferencia de lo que reflejan multitud de biografías sobre otros personajes históricos, aquí su huella se pierde reiteradamente detrás de los hechos, se aleja cada vez que sus biógrafos parecen acercarse, y es entonces que cobra verdadera dimensión el contexto.
La pacífica doctrina del saber popular acepta, sin mayores cuestionamientos, la existencia de buenas intenciones que terminan adoquinando los caminos al infierno. La historia de Montoneros, como cantera de muchos de esos adoquines, parece confirmarlo. Tipos como Firmenich, que teniendo condiciones intelectuales y alguna sensibilidad social, a temprana edad se acercaron al cauce torrentoso de la vida política: tentados a la violencia, influenciados por lejanas revoluciones y cercanas iluminaciones de curas ideológicamente ambiguos.
La tragedia nacional había tenido inicio mucho antes, nadie tuvo la lucidez ni la capacidad suficiente para detenerla. Las convicciones de fondo y formas democráticas nunca terminaron de hacer pie en nuestro país. Desde el vamos dimos vueltas, seis años tardamos desde Mayo en declarar la Independencia viviendo bajo la convenientemente hipócrita “máscara de Fernando”, y otros treinta y siete en darnos una organización constitucional. A la Gloria mayúscula de los Guerreros de la Independencia le siguió la gloria minúscula de las facciosas luchas civiles, y el sable, encandilando con sus destellos, siempre estuvo por encima de la ley. En el subconciente argentino lo escrito en hechos de sangre era sentido con mayor vitalidad, con la alegría irresponsable de la juvenilla, así preferimos la impaciencia del tajo antes que las aburridas y prolijas letras de la caligrafía democrática, la inminencia del todo o nada antes que la paciencia sacrificada del arado. La chuza antes que la pluma.
Hasta el que proclamó la dicotomía “Civilización o Barbarie” fue un bárbaro civilizador. Somos los hijos de Sarmiento, de ese Sarmiento que siendo uno los fue todos, el genio, el loco, el educador, el asesino, el escritor, el terrorista, el exiliado, el patriota. Sarmiento, el hombre.
Así, transitando nuestras hondas contradicciones, la montonera desembocó en la casi olvidada tradición motinera del radicalismo, después llegó el golpismo y del 43 surgió Perón para trazar la nueva y sinuosa línea de riesgo. Como en la canción de Billy Joel, todos los protagonistas de los más violentos años que conoció la Argentina podrían cantar a coro: “
nosotros no iniciamos el fuego”. En el mejor de los casos nos alegraremos por la paradoja: que todos ellos, tan dispuestos a alimentar la hoguera, fracasaron de tal modo que a baldazos de sangre acabaron finalmente por apagar el incendio.
En la biografía de Firmenich, la época aparece como el gran monstruo que determina el devenir histórico, en cierto modo un distribuidor de culpas que involucra y exonera; cosa que vale para todos. Hay momentos en la historia que quedan determinados por fuerzas irracionales donde los liderazgos surgen como consecuencia azarosa de las circunstancias, inercia social antes que cualidades personales. Juan Domingo Perón, ninguna duda cabe de ello, fue un líder nato que en los 40', entendiendo el tablero de la política mejor que nadie, construyó su liderazgo operando a conciencia para imponer su voluntad sobre la realidad. De allí en adelante todos los liderazgos que hemos conocido, de una u otra manera, a favor o en contra, quedaron a su sombra, limitados a lo que dispusiera la fuerza de las circunstancias. A punto tal que incluso el mismo Perón terminó a la sombra del que fue. En la fisonomía de la bestia de los 70' el anciano líder alcanzó a reconocer su impronta, en los rasgos deformados de sus peores facetas. El monstruo, huelga decirlo, fagocitó angurriento hasta la médula de todo sueño de paz.
El trabajo elaborado por Celesia y Waisberg, desde la asepsia desapasionada con que buscan aproximarse a Mario Eduardo Firmenich, refleja lo que de tragedia y comedia ha tenido la historia de Montoneros sin ensañarse con cada pliegue de las contradicciones montoneras. Es un libro que -tal cual me ha impresionado- no pretende convencer al lector de tomar posición sino más bien acompañarlo a reflexionar sobre el rol histórico de la Orga y el "Pepe". Un buen punto de partida para darle cauce a la curiosidad y el debate.
A través de las páginas de "Firmenich", necesariamente, uno se encuentra con muchas manos ensangrentadas; pienso ahora en las de José Amorín asesinando con dos disparos por la espalda al Cabo de la Policía Inocencio Barrientos, que cumplía consigna en la Quinta de Olivos y alcanzó a dispararle a Firmenich, hiriéndolo en una mano, antes de caer muerto. Entonces me digo que los nenes bien de clase media que se les da por hacerse los revolucionarios con la idea aventurera de ayudar a los pobres metiendo balas, terminan matando algún pobre, no sacan a nadie de la pobreza y le joden la vida a todo el mundo. Pero aún así, esos muchachos de manos ensangrentadas no son lo peor del asunto, al fin de cuentas, creyendo entender el rumbo de la historia y embarcados en la lógica de la guerra ellos estaban ahí corriendo el riesgo de ser heridos o muertos.
No. Las manos ensangrentadas no son ni por asomo lo peor de esta historia. Lo peor en mi subjetiva opinión es el amasijo de mugres que llevan donde debería estar el alma aquellos a los que no les cuadra la excusa de la juventud. Los que dieron argumentos jurídicos o el lirismo que terminó de convencer a los "estúpidos imberbes" que matar era el camino. El libro los menciona al pasar, pero están y se dejan notar. Son esos que todavía hoy tienen la desvergüenza de erigirse fiscales, asqueando con la halitosis de sus bocas palabras como Justicia, Verdad y Memoria. Sus voces tienen tufo a odio y martirio de jóvenes. Lo digo pensando en el hoy Secretario de "Derechos Humanos" de la Nación Eduardo Luis Duhalde, que aportaba estructura legal a las organizaciones guerrilleras, y por el "poeta" Juan Gelman, entre muchos que escribieron y argumentaron para que la Patria se fuera en sangres.
La actualidad del libro se palpa en cada página, porque el debate sobre el pasado sigue abierto y aún resta definir completamente los alcances de la revisión jurídica. Específicamente se menciona el fallo de la Sala I de la Cámara Federal Porteña, relacionado con el ataque de Montoneros contra el comedor del Departamento Central de Policía, hecho perpetrado el 02 de Julio de 1976 mediante una bomba de tipo vietnamita, que a criterio de los jueces Gabriel Cavallo, Eduardo Freiler y Eduardo Farah, no constituyó un crimen de lesa humanidad pues "no había sido cometido por 'agentes estatales en ejecución de acciones gubernamentales o por un grupo con capacidad de ejercer un dominio y ejecución análogos al estatal'".
Al llegar a ese punto de la lectura, inmediatamente reparé en lo que había leído antes, comenzando por la foto de la página 268 en la cual se observa a Firmenich vestido con su uniforme de comandante montonero, y cuyo epígrafe especifica: "Firmenich trabajando en la Comandancia. Así llamaban a la casa donde funcionó la Conducción de Montoneros entre 1978 y 1982. Era una construcción de dos plantas ubicada en el Barrio Miramar, La Habana, a cinco cuadras del Teatro Carlos Marx (Archivo de Montoneros)".
Ese es sólo uno de los elementos que el libro presenta como para que quien lo lea pueda deducir fundadamente que la Organización Montoneros, acaso traicionando su origen, terminó siendo bien pronto parte del aparato paraestatal de la dictadura castrista, de la cual recibieron instrucción, apoyo, logística y también órdenes. Piénsese en Rodolfo Walsh, quien antes de ser Jefe de Inteligencia de Montoneros ya era agente de la inteligencia cubana, sumese a ello que parte del dinero obtenido como rescate por el secuestro de los hermanos Born (en el que Walsh actuó como interrogador) fue depositado en Cuba, que no era exactamente un paraiso financiero, y se tienen elementos como para dudar de la "independencia" de Montoneros; duda que desaparece rendida ante la confirmanción con esos cuatro años de la "Comandancia" de la Orga establecida en La Habana.
En la página 281, hablando de "La Guardería", lugar donde se cuidaban los hijos de los combatientes que volvían a la Argentina durante la contraofensiva, Celesia y Waisberg apuntan: "Era parte de la logística que había puesto el gobierno cubano, que incluía una casa para que funcionara la Conducción Nacional, ubicada en el barro de Miramar, en La Habana. Le decían 'la oficina'".
En página 285, agregan: "La relación con el gobierno cubano era muy buena. Eso les permitía no sólo tener la guardería, la casa de la Conducción y varios departamentos donde vivían los jefes de la organización y otros militantes de rango, sino que la camioneta Latvija tuviera un patente HK -para técnicos de las organizaciones extranjeras- pero con un distintivo extra, que indicaba que eran 'especiales dentro de los especiales'".
Allí los montoneros se reunían con Pascual Martínez Gil, Jefe del G2, las tropas especiales cubanas, de la que los guerrilleros argentinos fueron un apéndice; y también con el Comandante Manuel "Barbarroja" Piñeiro hacedor de guerrillas latinoamericanas para la exportación de la revolución castrista.
Así la lectura, ilumina acaso una argumentación interesante para plantear la revisión del criterio judicial que entendió a la Organización Montoneros ajena a cualquier aparato estatal, y por ende a contrario sensu susceptibles de ser considerados sus actos crímenes de lesa humanidad. Por otra parte, y por si fuera poco ser satélites de cuba al servicio del imperialismo soviético, ya durante el Gobierno de Cámpora Montoneros había logrado posicionarse y servirse del Estado en Argentina.
No sé si los autores de la biografía entrevieron ese posible rebote jurídico, en cualquier caso, contrastando con las tristezas, lo más cálido del relato son los pasajes que permiten vislumbrar a Firmenich como hombre de familia, en especial la reprimenda a su hija y la posterior gastada de los amigos. Y otra vez la paradoja, sentir que el Comandante enemigo no es muy distinto de cualquiera de nosotros.
Ariel Corbat, La Pluma de la Derecha
Estado Libre Asociado de Vicente López