Digamos que una amiga me ha enviado, a modo de postal, una foto suya tomada en La Habana. Sonríe distendidamente y me alegro por ella, que al fin puede tomarse un descanso de las muchas preocupaciones laborales con las que debe lidiar aquí. Es muy afortunada en tener un socio confiable que en su ausencia atenderá los negocios con responsabilidad. Hace mucho escribió un francés, con ese gusto por aconsejar barbaridades que sienten los franceses, que nada mejor para olvidar las preocupaciones que hacer turismo en países gobernados con manos de acero, pero deseosos de mostrarse amigables con los extranjeros, donde por necesidad los nativos tienen propensión a servir mejor y una mísera propina consigue “favores especiales”. Al retorno de mi amiga bromearé preguntándole cuántas propinas dejó, y luego, más seriamente, le cuestionaré que siendo ella una ferviente defensora de los derechos humanos haya elegido ir de paseo a la fábrica de balseros y exiliados. Será que las convicciones también se toman vacaciones.
CUBA:
Aunque ha cumplido cincuenta años en el almanaque, la llamada revolución cubana sigue estancada en el día después; el largo día después de Batista.
Cuba no es una República. Paradójicamente no existen en la isla las libertades que apañan en estas latitudes a sus más férreos defensores, tan sensibles a la hora de señalar resabios del último gobierno de facto. La dictadura de los hermanos Castro sigue cerrada a la libre circulación de las ideas, y no por causa del contraproducente bloqueo estadounidense. A diferencia de muchos otros gobiernos autoritarios, o para decirlo claramente: a diferencia de lo ocurrido en Argentina, donde incluso en la época de Rosas y la suma del poder público las dictaduras se suponían transitorias, la tiranía comunista no tiene pensado abandonar su día. Si es por los castristas, siempre será ese día después de Batista.
Eso parece bastar para los hipócritas vernáculos, promedios del progre, que esgrimen las experiencias autoritarias del pueblo argentino como imprescriptibles culpas colectivas por la cual deberíamos flagelarnos eternamente; y mientras azotamos nuestras espaldas en posición de penitentes ellos justificarán, con ese viejo desgastado casete por todos harto conocido, la supuesta “dignidad” de la dictadura caribeña. La misma que, al costo de sangre y dolor, fracasó en los intentos de exportarse por la fuerza a Bolivia, a nuestro Tucumán, y a cada lugar que la mente criminal de Ernesto Guevara aspiró a convertir en nuevos Vietnam.
Sí, los argentinos tuvimos nuestras dictaduras; somos herederos viscerales de Juan Manuel de Rosas y de Juan Galo Lavalle, también del intelecto de Juan Bautista Alberdi y de la serena práctica evolutiva del sabio estadista que fue el Presidente Roque Sáenz Peña, portamos, ¡claro que sí!, enorme cantidad de contradicciones, acaso tantas como las que aquel gigante llamado Domingo Faustino Sarmiento fue capaz de albergar, pero en esa mezcla de bárbaros con civilizados amamos la libertad y finalmente sabemos en la democracia el camino para realizar nuestros sueños de prosperidad.
Tras cincuenta años de lo que a la distancia es pintoresquismo barbado, la utopía socialista que desgarra las esperanzas de los cubanos, con la patraña del hombre nuevo y la épica del cancionero guerrillero, no es más que lo que ve cualquiera que quiera ver: una dictadura rancia, que envejeció sin libertad de prensa, sin partidos políticos, sin derecho al disenso y que pasa el mando de un hermano al otro para seguir sojuzgando al pueblo de José Martí, cautivo de la propaganda totalitaria.
Es de esperar, y de desear, que pronto llegue el ansiado día posterior a los Castro, cuando Latinoamérica reciba con alborozo a la Cuba democrática y dando vuelta esa oprobiosa hoja de la historia el almanaque vuelva a correr en el día tras día de la vida, la auténtica y sencilla vida de las cosas cotidianas en personas de carne y hueso que deciden sus propios destinos.
Ariel Corbat, La Pluma de la Derecha.
Estado Libre Asociado de Vicente López