jueves, 24 de septiembre de 2009

HONDURAS: HIPOCRESÍA QUE SUBLEVA.






El retorno de Manuel Zelaya a Honduras y su alojamiento en la Embajada del Brasil, son un claro mensaje respecto a quién ejerce el liderazgo regional en Sud y Centroamérica. Con el guiño de los Estados Unidos, que ya tiene demasiados problemas en el mundo como para seguir saliendo a ligar cachetazos, el Presidente Lula le marca la cancha al caudillo venezolano Hugo Chávez, acaso poniendo varios grados de corrección al rumbo pro-chavista que Zelaya pretendía imprimirle a Honduras. Pero está jugando con fuego. Empujar a Honduras hacia la anarquía tanteando la vía de la insurrección popular cuando es cuestión de días llegar a las elecciones, es despreciar la vida y la inteligencia de los hondureños.

¡Qué poca grandeza bajo el sombrero de Zelaya! Su ambición de poder le impide ahorrar sufrimientos al pueblo y prefiere en cambio seguir coqueteando con la intervención extranjera. Y que extraña idea de la defensa de la democracia evidencian las naciones que en lugar de allanar el camino a los comicios procuran echar leña al fuego y quemar las urnas.

Nadie piensa en los ciudadanos de a pie. En las vidas de cosas cotidianas y sueños pequeños que ya teniendo una existencia difícil se verán afectadas por padecimientos innecesarios, en lo irreparable de las muertes producidas y las que posiblemente ocurran.

El capricho de deshacer lo hecho volviendo a poner a Zelaya en el Gobierno es prácticamente inviable. ¿Qué pasaría con el Congreso? ¿Qué pasaría con el Poder Judicial? ¿Se debe remover a los otros dos poderes para restituir el mando a Zelaya? Imponerle a Honduras el retorno del presidente destituido sería agrandar la herida de la democracia hondureña. Roberto Micheletti no es exactamente una lumbrera, comete torpezas increíbles, pero no hay proscriptos en las elecciones propuestas desde que Zelaya estaba constitucionalmente inhabilitado para un nuevo mandato. Luego, seguramente, las notorias desprolijidades en la destitución de Zelaya darán lugar a procesos judiciales (cosa que ya dejó entrever el Presidente de la Corte Suprema de Honduras), porque es el transcurrir de las propias instituciones lo que renueva y fortalece la constitucionalidad de cualquier país.

Me subleva la hipocresía del continente americano, que tan dócil frente a la perpetuidad de la dictadura cubana, donde no existen las urnas ni se avizoran comicios, llena la boca de cancilleres y presidentes que hablando de democracia se horrorizan porque en pocos días vaya el pueblo de Honduras a decidir su futuro en las urnas. A una crisis transitoria la quieren extender indefinidamente, total los que sufran serán hondureños, único pueblo de América y del mundo al que los democráticos líderes de la OEA le advierten que su opinión en las urnas no será tenida en cuenta.

Desde aquí, mi modesta razón de escribir es manifestar y reclamar solidaridad para con el Pueblo y la democracia hondureña. Será sin duda un ejercicio banal desde que no se oyen voces que cuestionen en la Argentina el discurso oficial sobre la suerte de Honduras. La oposición parlamentaria no cuestiona nada, acaso porque al no tener real vocación de poder no contempla una alternativa a la orientación actual de la diplomacia.

Así, la República Argentina, sin voz propia, viene jugando un triste y opaco rol de comparsa en este conflicto. Lejos está el tiempo en que nuestra diplomacia sabía sentar doctrina y enorgullecer a la Nación con la valiente cordura de un Canciller como Luis María Drago. Obviamente sería injusto comparar al actual Canciller Jorge Taiana con un gigante de la talla de Drago, pero tan lejos estamos de aquello que me vienen a la memoria estos afilados e hirientes versos escritos para el 25 de Mayo de 1876 por el Dr. Ricardo Gutiérrez:

Para que el negro del Brasil, ufano
te muestre a su señor, como un trofeo,
Patria de San Martín y de Belgrano
hundida bajo el taco de un pigmeo”.

El pigmeo al que aludía Gutiérrez no era ni más ni menos que el Presidente Nicolás Avellaneda, al que apodaban “Chingolo” por los tacos de su calzado con los que intentaba disimular en algo la baja estatura. Que nadie se ofenda, pero si Avellaneda fue un pigmeo ante los calificados ojos de Ricardo Gutiérrez, hoy su pluma lamentaría que al borde del Bicentenario seamos, apenas y por decirlo misericordiosamente, una tierra pisoteada por liliputienses.



Ariel Corbat, La Pluma de la Derecha
Estado Libre Asociado de Vicente López.

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