"La verdad acerca del Pingüino" - Ariel Corbat |
LA VERDAD ACERCA DEL PINGÜINO
“Muchas veces la ciencia debe ir a contramano de las creencias populares. Ese nadar contra la corriente genera rechazos, vituperios y persecuciones, pero irremediablemente el paso del tiempo da la razón al metódico y comprobable saber científico por encima de las supercherías que siempre esconden algún interés espurio”.
Con tan emotivas y contundentes palabras la etóloga Roxana del Rosario Fontaine dejó inaugurado el busto de bronce con que el escultor Edelmiro Arcillez inmortalizó la mutilada figura del insigne pingüinólogo alemán Erwin Haselblad en Plaza Goethe.
No es casual este homenaje en la República Argentina, donde en circunstancias felices encontró la muerte el distinguido profesor. Fue bajo este cielo que tras haber sufrido a lo largo de su carrera terribles ataques de las bestias de mayor ferocidad que habitan este planeta, ya casi senil, acaso haciendo uso abusivo de las bondades del viagra, cayó muerto de un orgasmo entre los cálidos y generosos pechos de la rolliza -pero sensual- Roxana del Rosario Fontaine. Ciertamente, mejor así que picado por el aguijón de una desaprensiva mantarraya. Quienes acudimos al velatorio jamás podremos olvidar la plácida expresión de su rostro, ni esa sonrisa plena que los maquilladores de la casa mortuoria no fueron capaces de disimular. Los expertos explicaron que alcanzó el rigor mortis en las horas posteriores al coito, cuando su joven discípula y amante pensó que dormía la reparadora siesta que habitualmente sobrevenía al sexo. Agotada por los cuatro minutos de ardiente desenfreno que le propinara Haselblad, Roxana del Rosario Fontaine se quedó dormida con sus dedos entre los escasos y canos cabellos del profesor. Solía suceder que a poco de dormirse Haselblad comenzara a roncar feo, estrepitosamente, claro que esta vez eso no ocurrió y Roxana recién despertó siete horas después, cuando el frío del cadáver le hizo pensar en alguna ventana abierta causando el brusco cambio de temperatura que endurecía sus pezones. Pensar en ello hace envidiable dar las hurras así, tan así como sólo los grandes hombres merecen cruzar el umbral de la eternidad.
No por feliz ha dejado su muerte de ser inoportuna. Se encontraba a la sazón dando los últimos retoques a la tercera y definitiva edición del controversial libro “La más terrible de las aves de rapiña: el pingüino”. No era simplemente una reimpresión destinada a poner coto a la ríspida polémica sobre si el anterior había sido la primera o segunda edición, punto el cual, que con un gran sentido del marketing, Haselblad jamás clarificó. Tampoco se proponía la mera repetición de los estudios ya publicados sobre la voracidad de los mal llamados pájaros bobos. Incorporaba, en cuatro largos capítulos, aquel otro libro que acrecentó su fama de etólogo escandalizador: “The Great Pretender”, aquí traducido como “El Gran Simulador” o “Bicho sucio y engañoso” según fuera encuadernación de tapa brillante o rústica. En esa obra anticipó lo que hoy no se discute, que “no hay mamífero de sangre caliente que tenga el poder de simulación del Pingüino”.
Superando lo anteriormente publicado, el nuevo libro Haselblad va más allá de la etología elevando a la categoría de ciencia particular la pingüinología, producto del denodado esfuerzo intelectual que acometió desde su llegada en Mayo de 2003. En ese año arribó a la Argentina proveniente de la Isla de Java como pasajero de un vuelo de Lufthansa. Había pasado cinco años intentando demostrar que los “Talpidae Merapis”, mejor conocidos como topos salvajes de las arenas volcánicas, podían comunicarse con computadoras a través del lenguaje java. La experiencia fue un completo fiasco, ningún topo fue capaz de hacer otra cosa que comerse los teclados, lo que no obstante dio lugar a la publicación de un apasionante artículo de Haselblad en el Journal Naturale de Londres: “El exterminio de los topos de Java por la introducción del plástico en su dieta”.
Acusado de atentar contra una especie autóctona, el Profesor Haselblad huyó de Java con un pasaporte falso. Ya tenía experiencia en eso de huir, recordemos su salida subrepticia de Kenia tras que los masai malinterpretaran ciertos estudios suyos acerca de las cabras confundiéndolos con zoofilia. Tal cual ocurriera antaño con tantos de sus compatriotas perseguidos, Haselblad encontró el hospitalario refugio en la República Argentina. “Amo a este país”, dijo a poco de encontrarse aquí, repitiendo palabras que ya había dicho antes en Brasil, Sudán, Mongolia, Burundi Faso, Australia y en cada lugar en el que desarrolló estudios.
“Las acusaciones por zoofilia -cuenta Roxana del Rosario Fontaine- son la calumnia habitual entre los etólogos. En los años que compartí con mi Erwin, nunca noté comportamiento alguno que fuera en esa dirección, excepto su costumbre de ponerle nombres de animales a todo lo relacionado con el sexo, pero eso era simplemente una insalvable deformación profesional fruto de su amplio conocimiento”. Esa peculiar característica de Erwin Haselblad, en las que se nos revela el hombre de carne y hueso oculto tras el científico, ha quedado registrada en sus últimas palabras. Palabras jocosas dichas por un hombre feliz en circunstancias felices, pero no obstante sabias y acaso proféticas, que han sido talladas en el monolito que sostiene su busto. El de él, no el de ella que por ahora se sostiene solo sin necesidad de cirugías.
Fiel a su estilo directo, para el último libro eligió Haselblad un título que aunque provocador y chocante no deja de tener su vuelo literario a través de la metáfora. “Ese sorete llamado pingüino” resulta así un verdadero tratado de pingüinología, cuyo interés va mucho más allá del estrecho círculo de la etología. Ya en el prólogo arremete furiosamente contra los que él denomina “perversos fabricantes de mentiras”, definidos como “grandes cabezas huecas, enormes e inútiles cráneos, verdaderos melones con patas”, que “engañando a la humanidad desde la cuna crean y ayudan a proliferar cuentos infantiles donde este repulsivo animal es presentado cual inocente y bien intencionada ave”.
La ponzoña del veneno derramado por los mentores del “pingüinofraude” despierta en Haselblad iracundas reacciones, cual el deseo de “ver a los que nos han vendido al pingüino por bueno, siendo devorados bajo esas mismas garras rapaces e insaciables”. El apasionamiento no logra empero obnubilar al hombre de ciencia, que con preclaro metodismo, religión que abrazara durante su juventud siendo estudiante en Oxford, derriba uno tras otros los mitos en torno al “dulce pingüinito”, fraguada entre los niños por dibujos animados y entre adultos por los jarros en que gran número de restaurantes solían ofrecer el vino de la casa (adulteración de algún vino de marca). “Fue la influencia nefasta de esos pingüinos –afirma Haselblad- responsable de graves hechos bélicos”. Claro que esto ha sido criticado como el intento de Haselblad, ferviente bebedor de whisky, por librar de responsabilidad al fermento de la cebada.
Las conclusiones del trabajo de Haselblad son lapidarias, tanto que en su propia tumba puede leerse “El pingüino no tiene elegancia, aunque vista de frac le salta lo ordinario”. Vale pues, en esta oportunidad, mencionar algunas de las más importantes anotaciones cronológicas tomadas por Haselblad en sus observaciones de campo, las cuales fundamentan su aversión al palmidedo:
- Puesto a dar graznidos el pingüino es capaz de comer sus propios mocos.
- Es sumamente territorial y no se conforma con tener nido propio, por eso carece de escrúpulos para apropiarse de los nidos ajenos. En una de las colonias más densamente pobladas se detectó el caso de un pingüino patagónico que entre mil nidos acaparó cincuenta.
- Como ave es un pescado, de allí que su mirada torva destile resentimiento.
- Socializa por medio de la violencia provocando constantes desafíos dentro y fuera de su especie.
- Siendo un pescado envidia el vuelo de cualquier pájaro, incluso el corto pero armonioso planeo de la gallina.
- La torpeza para moverse erguido se debe a su naturaleza de arrastrado, ya que como ave incapacitada de volar se emparenta con los reptiles.
- Curiosamente, y gracias al daño del ecosistema, las especies agredidas por el pingüino procuran evitar la confrontación, lo que incluye a su hembra.
- Sus huesos son más densos que los de cualquier ave, lanzado al agua puede moverse con soltura un breve período, pasado el cual debe salir porque corre riesgo de ahogarse o acabar en las fauces de algún depredador.
- El macho es tan tosco que durante el cortejo en lugar de flores obsequia piedras a la hembra, y muchas veces expresa su amor lapidando a la pareja.
- La hembra del pingüino es más boluda que las gallinas, se deja lapidar sin decir ni pío.
- En la edad madura, tras haberlos ocultado toda la vida, como el gran simulador que es le surge una gran necesidad de mostrar huevos.
- De tanto querer mostrar huevos el pingüino se torna un huevón.
- Cuando más se conoce a los pingüinos, tanto más queribles resultan ser las adorables orcas.
- Nada hace gozar más a un pingüino que hacer que sus heces sean comidas por los demás.
- Las especies agredidas por los pingüinos suelen entusiasmarse con la vista en el horizonte de la aleta mayor de una orca.
- La aparente fortaleza del pingüino se basa, al igual que la del zorrino, en provocar repugnancia.
- Cuando el pingüino se cree águila, se acerca a su fin.
- No es cierto que las orcas ataquen a los pingüinos.
- Los pingüinos adoptan hábitos parasitarios.
- La idea equivocada que los pingüinos llegan a tener de sí los lleva a atacar a las orcas con el afán de quitarle comida de entre los dientes.
- En esas circunstancias, venciendo la repugnancia, la inocente orca no tiene otra opción que hacer de tripas corazón y manducar a los rapaces.
- La carne del pingüino es tan comestible como la de las vacas.
- Sin embargo las orcas no comen vacas.
- Las vacas y los pingüinos no se llevan bien.
- Las orcas y las vacas pueden convivir pacíficamente, incluso en la costa del Atlántico.
- Nadie quiere a los pingüinos, ni siquiera los pingüinos, porque los pingüinos no quieren a nadie.
Esto es apenas un esbozo de lo plasmado por Erwin Haselblad en las 2100 páginas de “Ese sorete llamado pingüino”. Libro de lectura indispensable, fruto del intelecto avispado del hombre cuyas últimas palabras, febriles y amantes, susurradas imperativamente a Roxana del Rosario Fontaine desde el que sería lecho de placer y muerte, lo pintan con todos los bríos de su señorío:
- ¡Venga mi orca a comerse este pingüino!
Nota: “La verdad acerca del pingüino” es una continuación libre al cuento de Roberto Fontanarrosa “Estudios etológicos del Profesor Erwin Haselblad” del libro “El mundo ha vivido equivocado y otros cuentos”, Ediciones De La Flor, 1983.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Todo comentario es bienvenido siempre que exprese ideas en forma educada.